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Santiago Navajas

Ha muerto una leyenda filosófica, Saul Kripke

Hizo volver a la filosofía hacia investigaciones más abstractas desligadas del sentido común y más cercanas a los lenguajes extraordinarios de la lógica, la matemática y la física.

Hizo volver a la filosofía hacia investigaciones más abstractas desligadas del sentido común y más cercanas a los lenguajes extraordinarios de la lógica, la matemática y la física.
Saul Kripke | Wikiipedia

Ha muerto Saul Kripke (1940-2022), uno de los filósofos más importantes desde que, tras el fallecimiento de Wittgenstein, quedó vacío el trono de la filosofía analítica. Creo que no se ha especificado la causa de la muerte. Sabemos que tenía 81 años y era profesor de filosofía y computación en Nueva York. Antes lo había sido en Princeton, Harvard, además de dar conferencias en Oxford, California y Cornell.

Desde entonces, el centro de la filosofía del lenguaje y de la mente, de la lógica y la ontología, siempre desde la perspectiva del análisis y el estilo de argumentación típica anglosajona, se ha desplazado hacia los Estados Unidos con las figuras de Quine y Goodman, de Dennett, Searle, Kuhn y, más recientemente, Chalmers y Nussbaum.

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Kripke fue un prodigio precoz de la filosofía. Siendo todavía un estudiante primerizo en Harvard, impartió un curso de lógica en el MIT, que es como si hubiesen puesto al niño Mozart a dar clases de composición a Salieri. Uno de esos filósofos que no son meros comentaristas al modo aburrido escolástico, sino que corrigen a Platón, critican a Aristóteles y sentencian a Kant proponiendo ideas radicalmente nuevas. Con Kant fue especialmente duro, acusándolo de haber cometido un error que había condenado a toda una tradición sobre el conocimiento, en especial lo que se conoce como "fenomenología": haber confundido lo a priori epistemológico con la necesidad ontológica (un error en el que están cayendo los físicos teóricos de cuerdas en la actualidad, por cierto).

Destacó con una teoría de la referencia dura que desafiaba al relativismo hegemónico. También con una lectura heterodoxa de Wittgenstein, un filósofo, que al expresarse de manera aforística y críptica, da lugar a una escolástica tan diversa que ni Aristóteles en la Edad Media. Los expertos wittgenstenianos se echaron las manos a la cabeza, pero no lo cancelaron, sino que lo debatieron porque son filósofos, no activistas de género o tertulianos televisivos. Finalmente, también era famoso Kripke por sus contribuciones a la lógica modal y la teoría de los mundos posibles como una forma de plantear conceptos al estilo de la necesidad en nuestro mundo y ese misterio que es el nombrar.

Si ha llegado hasta aquí y no le parece todo esto entre aburrido, pretencioso y completamente inutil, permítame que le relate la razón por la que Thomas Kuhn, uno de los padres del relativismo conceptual, prohibió a su entonces alumno de Filosofía Errol Morris que atendiese una charla de Kripke. Cuando Morris, ahora famoso documentalista, insistió en ir a la conferencia contra el criterio de su tutor filosófico, Kuhn le arrojó un cenicero repleto de las colillas de los cigarrillos que fumaba compulsivamente.

Kuhn era famosísimo por haber escrito un librito de fácil lectura y revolucionaria propuesta: la ciencia avanza a través de lo que denominó "paradigmas inconmensurables", marcos teóricos que determinan lo que entendemos por realidad. De lo que se sigue que el mundo físico no es más que un constructo social, una parte de la "ideología". La ciencia sería, más bien, una parte de la psicología y la sociología de comunidades, y un artículo de física teórica de Albert Einstein no muy diferente en lo sustancial de una novela de Javier Marías. Lo que decidiría si una hipótesis es correcta o no, o si asumir una teoría u otra, no sería, como creían los ingenuos realistas, la realidad y la experimentación empírica, sino el consenso entre científicos, más ocupados en escribir un relato verosímil que en armar un sistema matemático-empírico que tratar de refutar.

En esto llegó Kripke y mandó parar el delirio subjetivo-paranoico kuhniano. Porque su tesis sobre la referencialidad de los nombres fija un anclaje poderoso entre el lenguaje y la realidad (lo que denominaba "designadores rígidos"), por un lado, y entre concepciones diferentes. Los paradigmas volvían a ser mensurables, Aristóteles y Newton no vivían en universos mentales incomprensibles el uno para el otro, y las cuestiones científicas no se decidían por votación democrática, sino por la aristocracia ascendencia de la realidad sobre las teorías. El programa de Kuhn era una invitación a que los científicos adapten la realidad a sus teorías. Algo que los científicos sociales al estilo de Freud hacían con entusiasmo y muchos "expertos" contemporáneos practican con denuedo, para conseguir "likes" en charlas random, apoyo publicitario y subvención estatal.

Sin embargo, como mostró Errol Morris en sus documentales (el más famoso, La delgada línea azul (1988), cabe mantener un acercamiento realista y falsacionista a los hechos, como defendía implícitamente Kripke. Es una obra difícil pero vale la pena echar un vistazo a El nombrar y la necesidad, publicado en 1972.

Con sus investigaciones de alto contenido abstracto, Kripke desafió el estilo de filosofía analítica que hasta su llegada se había centrado en el lenguaje ordinario para hacer volver a la filosofía hacia investigaciones más abstractas desligadas del sentido común y más cercanas a los lenguajes extraordinarios de la lógica, la matemática y la física. Para entendernos, como Ferrán Adriá llevó la gastronomía más cerca de los laboratorios químicos que de los fogones tradicionales, sin perder por la hilazón con los mercados habituales de materias primas.

Kripke debido a lo abstracto de sus temas, el rigor de sus argumentaciones y la larga periodicidad de sus escritos era una leyenda. Aunque abstruso era claro porque escribía muy bien, claro y terso. Desaparecido el rey Wittgenstein, y acabada la leyenda krikpkeana, cabe plantear Quo Vadis, Filosofía Analítica?

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