Reseña

Joseph Conrad: Cautivos del mal

Hace ya cien años que se publicó El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad. La novela continua reeditándose, y siguen apareciendo

Joseph Conrad: Cautivos del mal

Modificado el 2005/05/03

Hace ya cien años que se publicó El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad. La novela continua reeditándose, y siguen apareciendo libros sobre ella y su escenario, el río Congo. Una exposición ha recordado su aniversario en Barcelona, y su catálogo incluye también la grabación de la obra emitida por Radio 3. El cine de Coppola se une también a la celebración con una nueva versión ampliada de su adaptación de la historia a la guerra del Vietnam en Apocalypse Now, mientras su esposa publica el diario de aquel singular rodaje. ¿Qué hay en El corazón de las tinieblas para que sigue fascinando a tantos todavía hoy?.

Conrad nació en Polonia en 1857, pero se hizo inglés hasta el punto de escribir en este idioma hasta su muerte en el Reino Unido en 1924. Su novela narra el viaje de un marinero, Marlow, que remonta el rí­o Congo a la búsqueda de un agente de una compañí­a belga que ha enloquecido en la selva. El autor siguió ese mismo recorrido doce años antes, justo cuando Stanley publicaba el relato de sus exploraciones por las tinieblas de África. Esa oscuridad era entonces referencia a lo desconocido, pero en el lenguaje de Conrad va adquiriendo un sentido cada vez más simbólico. Este itinerario se convierte en todo un viaje interior, en el que la jungla se va convirtiendo en metáfora de lo desconocido, como si el misterio de la humanidad estuviera de alguna forma silenciado allí­. La expresión de las fuerzas de la oscuridad que allí­ se manifiestan nos muestran una verdad oculta y destructora, pero a la vez fascinante. Cuando uno se sumerge en esa locura, entramos en un mundo de alucinaciones y pesadillas, al lí­mite mismo de la razón. Es un viaje realmente al fondo del alma, en un barco lleno de contradicciones, miedos y preguntas. Y el descubrimiento final de Kurtz es una confrontación con nuestro yo más í­ntimo.

La exposición que recrea el relato de Conrad es un montaje audiovisual que ha preparado el Insituto de Cultura de Barcelona en el Palacio de la Virreina con instalaciones de artistas, documentos, dramatizaciones de cine y fotografí­as. Es como la puesta en escena de un texto literario, pero también una reflexión sobre el racismo, la esclavitud, la explotación y el imperialismo. La exhibición hace así­ una denuncia implí­cita de los excesos de la colonización en África, actualizando su mensaje al dí­a de hoy. El cineasta David Blanco traslada el inicio de la novela del puerto del Támesis al de Barcelona, y nos hace dialogar con el narrador, camuflado por esa cámara subjetiva con la que Orson Welles querí­a llevar esta obra a la pantalla. Hay salas que incluyen mapas y objetos de África, junto a fotos documentales de tiempos pasados, pero el enfoque es particularmente contemporáneo. Se quiere mostrar la tragedia humanitaria de un continente que ha sido ví­ctima de la rapiña, la hipocresí­a y la doble moral de Occidente.

Conrad se convierte así­ en una coartada para un mensaje polí­tico, vagamente inspirado en su obra. Es evidente que su relato desenmascara la historia oficial del estado creado en 1882 por el rey Leopoldo II de Bélgica, ocultando la muerte de millones de congoleses en nombre de la civilización. Pero si su novela sigue vigente hoy, siendo capaz de hablarnos y emocionarnos tan poderosamente, es más bien por su contenido metafí­sico. El libro que ha editado Mondadori con motivo de la muestra barcelonesa, Planeta Kurtz, así­ lo reconoce en los ensayos de varios de sus autores. Hay las clásicas acusaciones de Conrad como racista, como la del nigeriano Achebe, pero también otro tipo de lecturas, como la psicoanalí­tica, que se intentan acercar a la extraña atracción de esta obra para el lector contemporáneo. Eleanor Coppola cuenta también la obsesión de su marido por esta historia en el diario í­ntimo Con el corazón en tinieblas, que ahora publica Emecé sobre el turbulento rodaje de Apocalypse Now, recientemente reestrenada en una nueva versión que alarga la pelí­cula casi una hora más con dos largas escenas recuperadas.

El camino de Conrad se convierte para Coppola en una espiral hacia el interior de la bestia que el director encontró en la guerra de Vietnam. El eco de la voz de Marlon Brando pronunciando las últimas palabras de Kurtz, ′ ¡el horror!, ¡el horror!′, resuena a lo largo de todo ese viaje infernal que hace el director de origen italiano los dos años que pasó en Filipinas haciendo Apocalypse Now. Su esposa fue testigo de esa batalla personal que estuvo a punto de romper su matrimonio (a punto de cumplir ya cuarenta años). ′Creí­a que me iba a morir, literalmente′, dice Coppola. El actor Martin Sheen sufrió de hecho un ataque al corazón. Eleanor cuenta como ′bebí­a y lloraba, obligándoles a rezar juntos′. El equipo se instala como aquellos soldados americanos en una fantasmagórica zona en la que los sueños se vuelven pesadillas. La introducción de la pelí­cula tiene por eso ese sentido oní­rico que lleva a la imagen de Willard luchando contra el espejo de su dormitorio en Saigón, tras el sonido distante y gélido de los Doors en esa impresionante canción con la que Jim Morrison anuncia el fin, The End, mientras los helicópteros cruzan la jungla, mezclándose con el ventilador del techo de su habitación.

Es la misma atmósfera opresiva del libro, donde todo parece apresado en la densa tela de araña de una inmensa e ininterrumpida jungla que empieza y termina en la desembocadura del Támesis. Por eso la historia, estrictamente hablando, no tiene principio ni final, ya que acaba volviendo a su inicio. Pero cuando Marlow habla con la prometida de Kurtz al final de la novela, le miente sobre sus últimas palabras, haciendo que en vez de el horror, invoque su nombre. Esa mentira la equipara a la muerte. Ha llegado entonces a ′el corazón de una inmensa oscuridad′.

Esa verdad oculta nos hace ver lo que hasta entonces habí­a permanecido escondido bajo el manto de las convenciones sociales. Kurtz representa la Sociedad Internacional para la Supresión de las Costumbres Salvajes, pero de nada le sirven sus ′espléndidos monólogos sobre el amor, la justicia y el modo de conducirse′. Pues ′la selva le habí­a susurrado cosas acerca de sí­ mismo que él desconocí­a′, dice Conrad, ′y el susurro le resultó fascinante, irresistible′. Un general en Apocalypse Now intenta explicar la locura de Kurtz como alguien que ha caí­do en la tentación de ocupar el lugar de Dios. Se presenta como un emisario de luz, apóstol de la ciencia y el progreso, al que solo mueve la compasión, pero no puede escapar a los lazos sutiles del poder de la oscuridad. Así­ es como todos sucumben. ′La luz vino al mundo′, dice el Evangelio de Juan, pero ′los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas′ (3:19).

Conrad contempla esa oscuridad impenetrable, ′como uno observa a un hombre que yace en el fondo de un precipicio, donde el sol no brilla nunca′. La muerte de Kurtz aparece al comienzo de un poema de T.S. Eliot, Los hombres huecos (1925), cuyos versos finales aparecen en Apocalypse Now: ′Así­ es como acaba el mundo, no con un estallido, sino con un quejido′. Ya que este autor cristiano ve el libro como una metáfora de la oscuridad del alma, pero ante ella declara con fe: ′Tuyo es el Reino′. Porque la buena noticia del Evangelio es que una cruz ha atravesado el abismo. Alguien se ha enfrentado a ′la potestad de las tinieblas′ (Lc. 22:53). Su último grito de victoria ha traí­do la alborada de un nuevo dí­a. Jesús dice: ′Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí­, no permanezca en tinieblas′ (Jn.12:46).


Reseña escrita en Madrid por el .


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