Gabino Fernández Campos y el maravilloso triunfo de la disfuncionalidad

Me pregunto cuánto de natural tendrá realmente una muerte natural. Durante la guerra civil española era natural que la gente muriese a balazos; y en la posguerra, que es cuando Gabino fue añadido al Registro Civil de Villanueva de los Infantes, lo natural era morir de desnutrición. Gabino nació literalmente en medio del campo, durante una jornada de trabajo de su madre Josefa Campos. Gregorio Fernández, que había luchado a favor del lado perdedor, el lado del Gobierno de la República, fue quien le dio el primer apellido a Gabino, a mi y a mi propia hija. Él también sabía que el tiempo jugaba en su contra cuando puso a toda su familia en camino a ninguna parte. El viaje lo hicieron a pie, a través de las duras tierras de Castilla-La Mancha, cargando las pocas pertenencias que esperaban poder reutilizar en un lugar más amable del mundo. Una sóla habitación compartida con los animales, fue lo que la providencia le regaló a aquella familia de nueve miembros en la que creció Gabino.

El hombre que siempre va conmigo

Viajar entonces de un pueblo a otro, por cercano que estos pudieran estar el uno del otro, tenía grandes retos para un niño de su edad. A falta de un juego más educativo, los niños dedicaban entonces toda su energía a organizar enormes bandas con las que lanzar un mayor número de piedras a los niños del pueblo vecino. No es sorprendente que Gabino no terminara la escuela primaria. Tenía doce años cuando, siguiendo el ejemplo del Lazarillo de Tormes, se mudó sólo a Madrid y consiguió un empleo limpiando las botellas de vino de una empresa original de Valdepeñas. La industrializada capital del país, construida a unas horas de viaje en tren, era ya una ciudad dura en 1956. Los que habían llegado antes habían aprendido bien la forma de proteger lo que consideraban su espacio y eso apenas ha cambiado hasta el día de hoy. Los vencedores toleraban entonces unas pocas iglesias protestantes en el escaparate que era para ellos Madrid, dando así a la comunidad internacional una falsa apariencia de tolerancia.

Gabino no tuvo su primer encuentro con el protestantismo en aquel escaparate, sino a través de un pequeño folleto distribuido en Valdepeñas; allí donde los protestantes y sus hijos eran apedreados con libertad. El contenido de aquel trozo de papel marcará el resto de su vida. Gabino, que era el más joven de sus hermanos, lo trajo a casa y su lectura también produjo un enorme impacto en muchos de sus familiares, incluida su hermana gemela María Fernández Campos, que es al mismo tiempo madre de Lidia Rodríguez Fernández. Gabino no subestimó el alcance de un papel a partir de entonces y aquella tecnología se convertirá para él en el soporte alternativo a las piedras y a las balas. El contenido serán las voces marginales que a él le habían cautivado y la nueva estrategia no será otra que la mencionada en la Primera Carta de Pablo a los Corintios, donde, por obra y gracia del padre de todas las maravillas, se utiliza “lo que no es, para deshacer lo que es”.

Todo lo singular que conocemos de Gabino a día de hoy, tiene su germen en esta primera experiencia. Su necesidad de llevar al límite las innovaciones educativas a través de las rutas turísticas, las exposiciones o los ficheros multimedia en Internet, están ya latentes entonces, cuando la iglesia de Valdepeñas le da como primer encargo la responsabilidad de enseñar a niños con escasa o ninguna escolarización. El mismo motor que se enciende en la década de 1960, funcionará hasta el final de su vida usando diferentes carrocerías; una película de Jesús, un autobús de Biblito o las siglas de un centro de estudios de la Reforma, ¡puedes ponerle el nombre que quieras! Aquellos que equivocadamente han creído que Gabino era un historiador es porque no han entendido nada de él. Gabino era un intrépido comunicador y los datos históricos no eran sino una simple excusa al servicio de su guerrilla pacifista. Su motivación nunca fue el deseo de conocimiento en sí, sino el deseo de actuar siendo útil frente al enorme agradecimiento que sintió entonces por la nueva vida recibida.

El Jesús que anduvo en el mar

La historia se convierte en una herramienta especialmente frecuente en sus manos, a partir de su siguiente encargo importante. Sevilla estaba enamorada de sí misma en 1973 y vivía encantada de mirarse cada día en el espejo del Siglo de Oro. El espejo estaba ciertamente construido con lujo pero también cubierto de la sangre de los protestantes, aquellas personas que habían sido contagiadas cuatrocientos años antes con la misma vida que había recibido él. La historia parecía ser en ese contexto no solamente la única manera de acceder a esa realidad velada por los vencedores. También era, y esto tenía especial importancia para él, una manera de obtener la atención de una gran audiencia.

Su falta de titulación académica se hizo especialmente evidente al comunicarse con los profesores de la Universidad de Sevilla pero no era, como hemos visto, la primera vez que un reto se convierte en una oportunidad en sus manos. La formación académica será a sus ojos otro molino al que decide enfrentarse con todas sus fuerzas. Gabino compró los libros del primer curso universitario a principios de la década de 1980 y apenas encontró tiempo para abrirlos. Le ocurrió lo mismo a la mayor parte de los ejemplares de su biblioteca en parte porque las obligaciones con su familia también crecían paralelamente.

La mayor parte de los recuerdos que conservo de él en esa época, giran alrededor de sus muchos viajes de casa en casa. Los viajes los hacía naturalmente cargado, muchas veces en transporte público. Transportaba enormes rollos de Super 8 de Campus Crusade for Christ, más conocido en España como Ágape y los proyectaba en las paredes, ante los atónitos ojos de la mucha gente humilde. Amas de casa, cocineros, niños y viejos que mostraban interés en aquella innovadora forma de presentar a Jesús. ¡Y no a cualquier Jesús! El Jesús que creías conocer en aquellas escenas era como el Cristo de los gitanos del poeta Antonio Machado, irreconocible incluso para las personas más religiosas de Andalucía. El filósofo vasco Miguel de Unamuno, a pesar de los muchos desprecios que hizo de los protestantes, había dicho también que mientras todos intentaban entrar en tu casa para venderte alguna inutilidad, ellos intentaban entrar para darte las buenas noticias. Este era sin duda el caso de Gabino.

El rompeolas de todas las Españas

Todo aquello que atesoro de valor en mi entendimiento de la vida, está fortalecido por el ejemplo de mi padre. Él no predicaba con palabras lo que debía ser mostrado con el ejemplo. Su pasión por la diversidad de género, de raza o de pensamiento, por ejemplo, era absolutamente contagiosa. Que el placer, la belleza y el arte no necesitan justificación, lo aprendí primeramente de él, sin necesidad de haber leído el libro de algún experto académico. Nunca llegaré a entender cómo siendo una persona tan capaz de alzarse contra todo, era al mismo tiempo capaz de ser tan profundamente pacificador. Gabino no era siempre aquello que deseaba ser. Muchas veces debió lamentar haber sido justo lo opuesto o lo que los demás esperaban de él, más que lo que él entendía que debía ser realmente. Su vida era una obra en construcción y las mejoras bien sabía él que llegaban fielmente, justo a tiempo, de manos de aquel que le sostenía.

Haber nacido en medio del campo debió aportarle una especial habilidad para desconfiar de los nacionalismos. Gabino, además de un solidario colaborador y amigo del pueblo espiritual del que sí se consideraba parte, era también una criatura perdida con una desmedida sed de reconocimiento. Alimentaba su biblioteca con todo lo que pasaba a cierta distancia tal y como lo habría hecho si hubiese sido un agujero negro. Yo mismo fui incapaz de recuperar piezas que eran valiosas para mi, que compensé con la sustracción de otras que nunca me reclamó en las visitas que me hizo en Barcelona.

Ya que él mismo no puede, dadas las circunstancias, quiero decir en su nombre y en el mío, que sentimos mucho las molestias y que es justo que finalmente esa biblioteca haya acabado en Madrid, repartida entre FEREDE y REMAR. Son dos de las instituciones más accesibles de esa comunidad, el pueblo protestante al que sirvió toda su vida. Gabino invirtió mucho tiempo y dinero, soñando con poder servir también con la digitalización y difusión online de toda esa biblioteca pero Dios encontró mejores planes para él estas navidades. Precisamente los días en los que celebramos ¡el mayor ejemplo del triunfo de la disfuncionalidad!