Estudio

H.P. Lovecraft: Los orígenes religiosos del terror en el Siglo XXI

La influencia que tuvo en el universo fantástico de Howard Phillips Lovecraft la enseñanza de los predicadores puritanos y la misma Biblia fue enorme

H.P. Lovecraft: Los orígenes religiosos del terror en el Siglo XXI

Modificado el 2018/07/06

Howard Phillips Lovecraft murió siendo un completo desconocido pero su sombra no ha dejado de crecer hasta el punto de que hoy es considerado como uno de los escritores de terror más influyentes de todos los tiempos. De lo que apenas se ha hablado hasta hace poco, es de la enorme influencia que tuvo en su universo fantástico la enseñanza de los predicadores puritanos y la misma Biblia.

H.P. Lovecraft viajó muy poco y en sus relatos acostumbraba a mezclar nombres y acontecimientos reales con los que él mismo se imaginaba. Se inventó incluso un libro de referencia como el ′Necronomicon′, ¡que algunos lectores novatos siguen buscando sin éxito en las librerí­as! Pero empecemos por el principio, como lo hací­a él en el relato ′La Extraña Casa en la Niebla′:

′En el año 1639 miles de colonos procedentes del sur de Inglaterra y las islas del Canal de la Mancha alcanzaron las costas de los EEUU. En los márgenes del rí­o Miskatonic, al noreste de Massachusetts, donde los mitos y leyendas de Nueva Inglaterra se mezclan con antiguos rumores de seres inauditos y cultos prohibidos, se levantó junto a la costa la pequeña localidad de Kingsport. La ciudad era un próspero puerto de mercancí­as, pero con el paso de los años y la llegada de la modernidad, sus gentes se volvieron hurañas y siniestras.′

Kingsport era el nombre de ficción que Lovecraft le asignó a la ciudad de Marblehead cuando todaví­a no la habí­a visitado. A pesar del enorme interés que la ciudad despertaba en él y de que está a unos pocos kilómetros de Providence, Lovecraft no era amigo de los viajes. La ciudad de Providence, Rhode Island, que es donde realmente vivió la mayor parte de su vida H.P. Lovecraft, es también una ciudad portuaria a tres horas de la ciudad de New York. Fue una de las más antiguas poblaciones de colonos sajones en el continente americano y su nombre es una referencia explí­cita a ′la misericordiosa soberaní­a de Dios′. La fundó el reverendo bautista y puritano Roger Williams en 1636, al llegar de Londres - como muchos otros miles de emigrantes que le han seguido hasta el dí­a de hoy. Sorprende que paí­ses como Estados Unidos de América tengan ahora tantas objeciones a la emigración.

El reverendo George Phillips por su lado desembarcó en Salem, Massachusetts, el 12 de junio de 1630, sólo diez años después de la llegada el famoso primer barco, el Mayflower. Allí­ fundó la iglesia Watertown and First Congregational Church y se dió a conocer por una singular tolerancia que no fue precisamente la que ha dado fama a la ciudad de Salem. Habí­an pasado cuatro generaciones de ilustres bautistas cuando una de las descendientes de ese reverendo George Phillips, Sarah Susan Phillips, engendró en su vientre al famoso Howard Phillips Lovecraft. Para entonces no habí­a nada de lo que se sentí­a tan orgullosa su familia como de su impoluto árbol familiar.

Emigrantes y el nacimiento de una nación

Susan podí­a sentirse tranquila sabiendo que su futuro marido Winfield Scott Lovecraft tení­a un árbol genealógico que estaba a la altura del suyo. Su abuelo Joseph Lovecraft habí­a llegado desde Devonshire, al sur de Inglaterra, en 1847. Habí­an sido las dificultades económicas las que les habí­an llevado a emigrar pero también hací­an ostento de su fe anglicana y sus buenas maneras europeas. Ella en realidad apenas pudo aprovechar esas ventajas. Le vio muy poco de hecho entre los muchos viajes de trabajo en los que se ocupaba él y antes de llegar a comprar su propia casa, antes de que H. P. Lovecraft cumpliese los tres años, su marido fue hospitalizado con sí­filis y unos terribles ataques de alucinaciones le mantuvieron encerrado hasta que murió cinco años después.

Es difí­cil imaginar una situación más traumática para una madre y su pequeño hijo. Si en algo les ayudaron aquellas circunstancias fue sin duda en la oportunidad de empezar a vivir en la casa de sus abuelos. Aquel enorme edificio en el número 454 de la calle Angell Street era una inagotable fuente de mimos y alimentó su sed de sorpresas y conocimiento durante años. Mientras los sirvientes se encargaban de las tareas domésticas su madre pintaba, su abuela Rhoby le introducí­a en la astronomí­a, su tí­o polí­tico le enseñaba el alfabeto griego y sus tí­as le ayudaban a explorar los clásicos de la enorme biblioteca del ático. Sus mejores recuerdos los guardarí­a sin embargo de su abuelo Whipple, que le traí­a regalos de sus viajes por Europa, le leí­a cuentos de terror y le ayudaba a enfrentar sus miedos a la oscuridad.

Con siete años, durante las navidades de 1897 y después de ver en el teatro la obra de William Shakespeare titulada Cymbeline, H.P. Lovecraft no podí­a dejar de interpretarla una y otra vez en casa. Cuando su madre le sugiere tomar clases de baile para poder relacionarse con otros chicos, H.P. Lovecraft le contesta entonces con una frase de Cicerón: ′Nemo fere saltat sobrius, nisi forte insanit!′ - que significa algo así­ como ′Nadie baila sobrio, a no ser que esté loco′. Cuando el joven H.P. Lovecraft quiso darse cuenta, apenas encontraba el valor para integrarse en el colegio y mucho menos aún colaborar con sus profesores.

Los puritanos y las terribles manos de Dios

Su abuelo Whipple Van Buren Phillips se convirtió en un muy próspero empresario desde que inventó su propia cosedora y mantení­a una excelente relación con el resto de la ciudad de Providence. Fue fundador de la logia masónica Freemason Ionic Lodge No. 28 y miembro de multitud de instituciones, incluida la congregación metodista para la que abrió las puertas de su casa con el objetivo de que hiciesen allí­ sus reuniones. La tesis de Kurt Oystein Slatten sobre la influencia de la predicación puritana no es ningún disparate. Todo el cosmicismo como corriente filosófica creada por H.P. Lovecraft, se basa al fin y al cabo en una de las más reconocibles y particulares doctrinas puritanas, que es la singular insignificancia del ser humano.

Cualquiera que lea a H.P. Lovecraft entiende desde el principio que no está ante un escritor habitual, ni siquiera habitual entre los escritores de terror que le influenciaron como Mary Shelley, Lord Dunsany o Edgar Allan Poe. Los protagonistas de H.P. Lovecraft rara vez tienen alguna relevancia frente a los poderes sobrenaturales y los hombres no son más que insectos al lado de los dioses, cuyas intenciones son la indiferencia o la completa aniquilación de la humanidad. Sermones famosos como ′Pecadores en las manos de un Dios airado′ de predicadores como Jonathan Edwards son referencias inevitables al analizar la obra de H.P. Lovecraft, pero cuesta imaginar que conociera a los puritanos en su propia familia. Es más probable que lo hiciera en obras como las de Nathaniel Hawthorne.

Era bien sabido ya que entre febrero de 1692 y mayo de 1693 catorce mujeres habí­an sido ahorcadas en Salem, Massachusetts, acusadas de brujerí­a. Nathaniel Hawthorne era tatara tatara nieto del único juez que no se habí­a arrepentido por esos crí­menes y se habí­a hecho popular en su propia época por firmar libros como ′La letra escarlata′. Sus historias en general hací­an un fuerte énfasis en la grandeza de la herencia británica en América y el mal inherente al ser humano, al mismo tiempo que hací­a una crí­tica a la moral puritana y enseñaba complejos sistemas psicológicos, por lo que no es de extrañar que su obra cautivara la atención de H.P. Lovecraft.

La búsqueda del dios que falló

El teólogo y periodista madrileño José de Segovia ha hablado mucho sobre cómo no es siempre correcto decir que el ateí­smo es una posición racional del que no cree. A menudo el ateí­smo es en el fondo la forma de protesta que adoptan muchos que han sufrido una experiencia traumática y literalmente no quieren creer. H.P. Lovecraft particularmente asegura que empezó a dudar del Dios en el que creí­an en su familia, tras la decepción de descubrir que no existí­a Santa Claus. Aquel descubrimiento le llevó según asegura él mismo a la mitologí­a griega y al panteón de dioses hindús, a los que asegura que aplicó un método cientí­fico para terminar probando la inexistencia de todos los dioses.

H.P. Lovecraft continuó su búsqueda también en el Sistema Solar. Su madre le regaló un telescopio y después de varios análisis hizo público su convencimiento de que habí­a encontrado rastros de vida en Marte. Cuando fue a hacer una presentación al ′Boys Club′ de la iglesia First Baptist Church, H.P. Lovecraft ya habí­a rectificado y estaba bastante avergonzado al cruzarse allí­ con expertos que él admiraba como el Professor Upton. Su abuelo hizo entonces una inversión equivocada y la ruina comenzó a deteriorar todo su espacio de confort. Primero fueron desapareciendo los criados, después los muebles y finalmente su propio abuelo, que murió al sufrir un colapso en casa de uno de sus empleados e hizo inevitable que tuvieran que vender la casa. La nueva vivienda estaba a apenas a unos metros de distancia y contaba con cinco habitaciones, un ático y un sótano, pero H.P. Lovecraft nunca llegó a encajar aquella pérdida.

Se acrecentaron sus habituales pesadillas, depresiones y crisis nerviosas. Culpaba a su madre por la falta de afecto o a su educación religiosa por haberle forzado a fingir la fe. Explicaba el deterioro de la nación como el efecto de los emigrantes de África, Asia o el sur de Europa, a los que descalifica con grotescos adjetivos especialmente cuando intenta buscar empleo durante su estancia en New York. Los textos más í­ntimos de H.P. Lovecraft, sin embargo, recuerdan a menudo a Sören Kierkegaard, Franz Kafka o Albert Camus. ′La emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo -aseguraba H.P. Lovecraft- y el más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido.′ Las pesadillas descritas en sus obras de ficción son en realidad reproducciones casi exactas de las que tení­a en persona: las cuevas, el mar o los dioses no eran para él sino contenedores de amenazas desconocidas.

Objeciones y crí­tica textual de la Biblia

H.P. Lovecraft nunca escribió un sólo libro con su propia obra. Trabajó como escritor fantasma de autores como el ilusionista Harry Houdini y vendió apenas algunos relatos propios a revistas de poca circulación como Weird Tales por no más de 500 dólares cada uno. Dedicó la mayor parte de su tiempo desde que era un niño, eso sí­, a escribir diferentes boletines autoeditados y alrededor de 100.000 cartas a amigos suyos, cartas donde no necesariamente es objetivo en los hechos, pero donde al menos sí­ era objetivo en relación a lo que querí­a que los demás interpreten de su obra. A pesar de lo mucho que se ha dicho, H.P. Lovecraft no estaba siempre seguro de su ateí­smo y en su correspondencia flirteaba también con el agnosticismo.

Cuando en sus cartas habla de Cristo da señales de haber leí­do ′La rama dorada′ de James George Frazer o la obra de algunos discí­pulos de Sigmund Freud, asegurando que no existe ninguna evidencia histórica de que existió Cristo. Esa teorí­a habí­a sido aceptada por muchos en el siglo XVIII pero habí­a dejado ya en su propia época de tomarse en serio y ningún académico se atreve a sostenerla hoy. El escritor de ciencia ficción H.G. Wells ya lo reconoció en su propia época. Hay sin embargo que recordar a favor de H.P. Lovecraft, lo que escribió a su amigo Lee Baldwin el 16 de febrero de 1935: que al mismo tiempo que no tení­a suficientes evidencias de que existiera, tampoco tení­a ′evidencias de que no existiera′.

Tampoco hay evidencias de que H.P. Lovecraft leyera la novela ′Moby Dick′ de Herman Melville, pero sí­ de que cuatro meses después de intentar comprarla escribió el primer borrador de ′La llamada de Cthulhu′. H.P. Lovecraft ya habí­a esbozado parte de esta deidad en su obra Doven, pero encontrarse con esta blanca e irreductible criatura marina pudo darle un nuevo empujón. Varias generaciones de artistas como Jorge Luí­s Borges, Stephen King o Guillermo del Toro confirman que su estilo y sus historias son de un valor sin precedentes. Te pueden gustar más o menos sus barrocas descripciones de monstruos o sus largos monólogos en forma de informes cientí­ficos, pero sus obras son capaces de llegar a lugares que muy pocos otros han sido capaces de llegar. Hay en su obra un trabajo de anatomí­a que nadie ha hecho con más belleza y detalle que él, probablemente por la honestidad con la que quiso reflejar sus propios sentimientos.

Cristo y la llamada de Cthulhu

Famosos juegos y grupos de música como Iron Maiden, Metallica o Cradle of Filth han dado también su merecido homenaje a H.P. Lovecraft. Los tentáculos de Cthulhu dominan las estanterí­as de las librerí­as y tiendas de merchandise como no lo hace ningún personaje de ′El Señor de los Anillos′. ¡Tenemos una tienda dedicada sólo a este personaje en Barcelona! Recientemente además no son pocos los que han analizado las similitudes que hay entre Cristo y este dios acuático llamado Cthulhu. Para empezar, el nombre mismo. H.P. Lovecraft se lo dió con el objetivo de que no pudiese ser pronunciado. Una idea que sigue la misma lí­nea en la que Cristo se daba a conocer a sí­ mismo como el Señor, que es el nombre que los judí­os usaban para no pronunciar el nombre de JHV.

Cthulhu es adorado por una comunidad heterogénea de diferentes razas, que espera su regreso para recibir de él la redención y disfrutar de su reino. ′Con el paso de extraños eones, incluso la muerte puede morir′ - escribe en el relato un confiado H.P. Lovecraft. La gran diferencia entre Cthulhu y Cristo es obviamente el amor. Para el apóstol Juan, uno de los discí­pulos de Cristo, Dios es literalmente amor y un amor no meramente teórico o desde la distancia - sino un amor que necesariamente se muestra por medio de acciones concretas y personales. Es por eso que a diferencia de Cthulhu, Cristo no está continuamente dormido. Cristo se acerca a las personas no como una monstruosa mezcla de pulpo y dragón, sino como un bebé de ser humano, con sus mismos riesgos pero también con la capacidad añadida de poder amar personalmente y pagar con su muerte la posibilidad de darles vida.

La expresión ′no temáis′ se repite 365 veces en la Biblia pero ¿cómo no habremos de tener miedo, cuando conocemos nuestra fragilidad? Según el mismo escritor judí­o del siglo I, es ese amor de Cristo el que ′echa fuera todo temor′. El miedo en la Biblia no es descrito exactamente en los términos en los que está descrito por H.P. Lovecraft, aunque ciertamente le sirve como base para crear su propia caricatura. Una caricatura fascinante que habla en primer lugar de lo poco que puede ayudar la religión por sí­ sola, sin el amor de Cristo. ′Porque de tal manera amó Dios al mundo′ -dice el mismo autor- ′que dió a su hijo unigénito, para que todo aquel que en él crea, no se pierda mas tenga vida eterna′. ¿No es acaso esa una buena noticia para celebrar?


Estudio escrito en Barcelona por el Hasta el día de hoy esta página ha tenido 1 comentarios.


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Sr. Lobo comentó lo siguiente: "Lovecraft era un maestro del terror, tiene grandes historias, pero ′La sombra sobre Innsmouth′, me marco, me meti por completo en la historia.De esos textos que cada cierto tiempo me gusta volver a leer." (2018-08-02 21:40:35)



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