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Muere Viktor Saneyev, tres veces campeón olímpico de triple salto

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Mito del atletismo, el soviético (georgiano) logró el oro en México'68, Múnich'72 y Montreal'76 y fue plata en Moscú'80.

Viktor Saneyev
Viktor Saneyev@EuroAthletics

A los 76 años, una edad no excesivamente avanzada, ha muerto Viktor Saneyev, y pocas veces el atletismo puede sentir un pesar tan hondo y vestir un luto tan sincero por una de sus grandes estrellas históricas. El triple salto tiene un rey aritmético y merecido, Jonathan Edwards, plusmarquista mundial con 18,29. Pero Saneyev, un soviético-georgiano, encarna algunas formas de leyenda que lo hacen único y, por así decirlo, superior en, aunadas, su calidad y su longevidad en la cumbre.

Ganó tres oros olímpicos, en México'68, Múnich'72 y Montreal'76, una hazaña exclusiva, amén de una plata en Moscú'80, donde no pudo lograr, como el estadounidense Al Oerter en lanzamiento de disco, su cuarto oro consecutivo. Estaba algo lesionado y compitió con la rodilla derecha vendada. Sin estadounidenses y de otras nacionalidades a causa del boicot por la invasión soviética de Afganistán, todo estaba preparado para, en su declive, a los 35 años, su mayor realce. Incluso, anticipándolo, entró en el estadio portando la antorcha.

Entre la lesión y los ensayos y preparativos de la ceremonia, no se encontraba precisamente en su mejor momento físico y anímico. Pero, a pesar de ello, compitió magníficamente en, todo hay que decirlo, una final extraña, con irregularidades e interpretaciones del reglamento que perjudicaron, notoriamente, al brasileño Joao Carlos de Oliveira, a la sazón plusmarquista mundial (17,89). Saneyev consiguió derrotarlo. Pero (17,24) se inclinó ante el inesperado soviético-estonio Jaak Uudmäe, que hizo el salto de su vida (17,35).

En México, volviendo allí, coronó Viktor Danilovich Saneyev la considerada mejor prueba de triple salto de todos los tiempos. El 17 de octubre, tres atletas, el italiano Giuseppe Gentile, el brasileño Nelson Prudencio y el propio Saneyev, batieron cuatro veces en la final el récord del mundo (Gentile, en un preámbulo luminoso, también lo había batido el día anterior en la calificación).

Se lo fueron arrebatando los unos a los otros en los sucesivos o alternativos intentos, en un apoteósico carrusel que parecía no tener fin, ante los ojos maravillados e incrédulos del mundo, en aquellos Juegos para la eternidad. Gentile hizo 17,22; Saneyev, 17,23; Prudencio, 17,27. Y, finalmente, Saneyev, 17,39. Todos dejaron atrás la plusmarca del polaco Jozef Schmidt, el primer hombre que, ocho años antes, había pasado de los 17 metros (17,03), campeón olímpico en Roma'60 y Tokio'64, que acabó en séptima posición con una marca (16,89) mejor que las que le habían otorgado ambos títulos. El cuarto clasificado, el estadounidense Arthur Walker (17,12) y el quinto, el soviético (bielorruso) Nikolai Dudkin (17,09) también rompieron el primado de Schmidt.

La altitud de México y el viento, que sopló justo a la máxima velocidad favorable permitida, ayudaron a producir el múltiple milagro. En los dos mejores saltos de Saneyev (17,23 y 17,39) y en el mejor de Prudencio (17,27), sopló justamente a esos dos metros por segundo. En el de Gentile (17,22) no sopló en absoluto.

Saneyev perdió el récord del mundo, a manos del cubano Pedro Pérez (17,40) en 1971. Pero lo recuperó (17,44), en 1972, en Sujumi, la capital de la República de Abjasia, a orillas del Mar Negro, en la que había nacido el 10 de octubre de 1945.

Sin entrar en estériles elucubraciones respecto a tiempos más o menos oscuros en el deporte de la URSS, en plena Guerra Fría, librada también en los estadios, donde se conseguían prestigios nacionales e ideológicos. Saneyev era el más dotado y genuino representante de la poderosa y rica escuela soviética. Alto (1,88) y fuerte (80 kilos), proporcionado y rápido (10.5 en 100 metros), llegó también a 7,90 en el salto de longitud y 1,90 en el de altura, especialidad en la que comenzó. Pero decidió dedicarse al triple salto en 1963, después de realizar, con 17 años, 14,88. Cuatro años más tarde, ya era, prácticamente, el mejor triplista del mundo.

En una época en las que aún no existían los Campeonatos del Mundo, a sus medallas olímpicas unió dos oros y dos platas en Campeonatos de Europa. Y múltiples títulos en la pista cubierta. Batió tres récords del mundo al aire libre, y siete en sala. Luego de su retirada, permaneció vinculado al atletismo en uno de los clubes señeros de la URSS, el georgiano Dinamo de Tbilisi. Honrado con las más altas condecoraciones soviéticas, tras el desplome de la URSS emigró a Australia con su mujer y su hijo de 15 años. Realizó trabajos impropios de su nombre y categoría. Lo pasó mal, pero acabó, como entrenador, regresando al atletismo. Se nacionalizó australiano y ha fallecido en Sydney a causa de un ataque cardíaco. Su vida ha terminado, pero no su gloria.

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