Estudio

El problema real según Francis Schaeffer

Francis Schaeffer sirvió como profeta para su generación y vio más allá de su tiempo enseñando verdades básicas del cristianismo como el amor a los enemigos

El problema real según Francis Schaeffer

Modificado el 2020/07/12

Al salir del hospital, todavía dolorido, intento luchar contra el desánimo con series como esta, que me despierten curiosidad y emoción. Las últimas dos operaciones de las diez que llevo, me recuperé inmerso en el oscuro mundo de Jim Jones y David Berg, pero la anterior me acerqué a este pensador que ahora revisito, Francis Schaeffer (1912-1984). El también padeció cáncer los últimos seis años de su vida. Creo que no hay una figura que haya marcado más mi forma de hablar y escribir sobre la realidad, que él.

Mientras esperaba entrar en el quirófano, he empezado en inglés el libro que sobre su ′espiritualidad contracultural′ ha hecho el antiguo profesor de Aix y pianista de jazz, Bill Edgar. Entre los espasmos de la sangrienta recaí­da que he tenido tras la intervención, volví­a a la novela que su hijo Franky hizo sobre los veranos con su familia junto al lago suizo de ′Portofino′. Su visión honesta de la realidad de su padre me ha hecho retomar la obra de Edgar otra vez, al volver a casa.

Escribo de nuevo las conclusiones a esta serie, porque como él, sigo buscando la autenticidad en un mundo ′en la lí­nea de la desesperación′. En mi adolescencia redescubrí­ la fe leyendo sus libros, como él en los años 50, no en el lenguaje vací­o de una ′superespiritualidad′ que no responde a ′la realidad′, sino en ′la verdadera verdad′ del ′Dios que está ahí­′ y esa obra de ′una vez por todas′ por Cristo Jesús, que ′no nos hace un tipo especial de personas llamadas cristianas, sino verdaderamente humanos′.

EL SUEñO COMUNITARIO

Cuando era adolescente habí­a un gran interés por el tema comunitario, tanto en el mundo católico como evangélico. Leí­ entonces mucha literatura anabautista. Pelí­culas como ′único testigo′ (1985) de Peter Weir presentaba el mundo menonita de grupos tan radicales como los amish en términos que se me antojaban entonces más idí­licos que asfixiantes. Me fascinaban las comunidades cristianas que habí­an surgido en lugares como Burgos y Santander de forma tan espontánea y poco definida en su teologí­a, un curioso fenómeno ecuménico en los años 70 de influencia tanto carismática como menonita, más avanzado en sus expresiones artí­sticas que las iglesias tradicionales.

Me encajaba perfectamente que lo que Schaeffer habí­a fundado en las montañas de Suiza era una comunidad y no un simple centro de estudio. L′Abri en francés significa Refugio. El nombre viene del Salmo 91. Estaba primero en Champéry, donde fue Edgar el año que yo nací­, 1964. Luego las autoridades les obligaron a trasladarse al cantón protestante de Vaud, donde llegaron a tener hasta seis chalés en Huémoz, para recibir personas buscando sentido para su vida. Llegar allí­ no era fácil, toda una peregrinación. Tení­as que ir en funicular al pueblo de Ollon y subir luego en una camioneta de correos que iba a Villars, la estación de esquí­ que habí­a en la cumbre de la montaña.

El número de personas que pasaron por allí­ en los años 60 y 70 de todo el mundo no es comparable a la importancia que luego tuvieron en áreas como la cultura y el arte. Estoy leyendo también la biografí­a de uno de ellos, Larry Norman (1947-2008), el llamado ′padrino del rock cristiano′, que quiso reproducir también la idea de L′Abri en su casa de Los ángeles, recién casado. Su biógrafo Greg Thornbury se asombra de que alguien tan poco inclinado a la vida comunitaria como él, se empeñará en hacer algo así­. Lo mismo se podrí­a decir de Schaeffer. Estaba siempre encerrado en su habitación. Y no salí­a más que para dar conferencias y tener charlas de sobremesa. Los que querí­an hablar con él, generalmente dando un paseo por el monte, tení­an que pedir cita previamente. Era un hombre retraí­do, como lo soy yo, muchas veces.

No cito a otros ejemplos más claros, porque están todaví­a vivos y muchos son buenos amigos mí­os, pero me intriga la obsesión comunitaria de personas que no tienen ninguna inclinación por ello. Comentando esto el otro dí­a con Samuel Escobar, que estuvo en Suiza con Schaeffer un par de veces, me decí­a que es precisamente por eso. Cuando sientes que fallas en algo determinado, insistes tanto en algo que se acaba cumpliendo el refrán de ′dime de lo que presumes, que te diré de lo que careces′. ¡Son nuestras contradicciones!, que la fe pone en evidencia.

LA VIDA EN L′ABRI

Edgar da algunos ejemplos de las personas que uno se podí­a encontrar allí­, pero ¿cómo llegaban a ese lugar? Alguien como Marc Mailloux, interesado en la mí­stica budista, después de haber ido a la India conoce a una hippy americana en la playa de Corfú que le habla de ′un lugar donde quedarse unos dí­as, cuando tienes poco dinero, que cuenta con un hermoso escenario y da buenas vibraciones, aunque la mayorí­a de la gente allí­ está en un rollo religioso′. Así­ de confusos estaban muchos de los que vení­an. Allí­ eran directos, eso sí­. Te preguntaban ya en la carretera, al recogerte, si eres cristiano, o no. Podí­as decir como Edgar, que no sabí­as, que te recibí­an igual.

La vida allí­ comenzaba temprano, pero tras el desayuno, te dejaban cuatro horas de estudio y reflexión individual. Habí­a una biblioteca, donde muchos escuchaban cintas de conferencias. Luego se hací­a un trabajo manual otras cuatro horas, después de la comida, que iba seguida siempre de una larga sobremesa de charla con Schaeffer. Incluso haciendo una labor manual se escuchaban grabaciones. La primera que oyó Edgar le parecí­a que era la conferencia de una mujer que conocí­a bien el existencialismo con el que habí­a crecido en Francia durante los años 50, cuando lo que escuchaba ¡era la aguda voz de Schaeffer!

En estos dí­as de optimismo tecnológico cuesta imaginar los reparos que tení­an hombres como Schaeffer o Martyn Lloyd-Jones a las grabaciones. Como el conocido predicador galés que habí­a en Londres, a Schaeffer eso de las grabaciones le parecí­a al principio ′mecánico y artificial′. Se cuenta que una vez escondieron un micrófono en una planta y la cinta circuló luego sin su permiso por todo el mundo, hasta que Schaeffer se enteró y se puso furioso. No era sólo que se perdí­a la emoción del momento ′Schaeffer lloraba a menudo, al hablar′, sino que alguien como Lloyd-Jones creí­a que habí­a una ′unción′ especial en el momento de la predicación, que no se reproducí­a simplemente al escuchar una grabación. Sé que esto suena absurdo en un tiempo que tantos escuchan sermones por Internet y les da igual dónde o cuándo han sido hechos, pero si lo piensas tiene un sentido: ¡escuchan algo fuera de contexto!

Si en el caso de Lloyd-Jones, la mayor parte de sus libros son principalmente transcripciones de sus mensajes ′hechas después de su muerte, o sea sin haber sido revisadas por él′, el primer libro de Schaeffer fue también el texto de unas conferencias en la universidad de Wheaton (Dios está ahí­) ′aunque antes estaba ya el material de sus Estudios Bí­blicos Básicos en diferentes versiones′, pero el segundo lo publicó ya Inter-Varsity y lleva ya tres ediciones en castellano (Huyendo de la razón). La mayor parte de su obra viene de charlas, que se publican con una cierta lógica, para leer incluso en orden. Edgar recomienda como yo, comenzar con ′Muerte en la ciudad′. Sin embargo, sus libros revelan algo de ese carácter fragmentario que no transmite la fuerza de su presencia fí­sica en un momento determinado. Ya que, en el fondo, no estamos hablando de autores, sino de predicadores o conferenciantes que no se pueden juzgar sólo por sus libros.

′UN AMERICANO PECULIAR′

Para la mayorí­a de la gente todaví­a hoy, Schaeffer tiene un aspecto estrafalario. Hasta el final de su vida en Estados Unidos llevaba una chaqueta india estilo Nehru, botas de montaña, pelo largo y barba de chivo. En un tiempo en que la mayorí­a de la gente de su edad iba todaví­a con traje y corbata, daba una impresión extraña. Si a eso le unes su molesta voz de pito, ya no era sólo extravagante, sino irritante. Incluso al público no convencional, les parecí­a que estaba intentando llamar la atención. La conclusión de Edgar y todos los que le conocieron, es que era un reflejo simplemente de lo excepcional que era él. ′No era un americano tí­pico′, me decí­a el otro dí­a Samuel Escobar, al recordar sus encuentros con él.

Todos esos académicos que intentan evaluar la obra de Schaeffer, olvidan que no eran un profesor de seminario o universidad. Como dice Edgar, ′tomaba ideas de aquí­ y allá′. Citaba nombres, pero sus libros ′no son manuales de estudio con notas a pí­e de página, sino una colección informal de perspectivas de la Escrituras, personas, artí­culos, recortes y sus propias intuiciones′. ¡Ese era el genio de Schaeffer! Es por eso por lo que algunos le leemos todaví­a, mientras que tanta obra académica nos sigue resultando insoportable.

Para alguien como Edgar ′estudiante de Harvard, que iba a L′Abri una y otra vez′, le sorprendí­a que, aunque le gustaba jugar a adivinar lo que iba a decir a continuación, a menudo no acertaba. Tení­a algo impredecible, un lenguaje propio, lleno de referencias sorprendentes. Lo mismo mencionaba en una universidad como Harvard a Dylan, Jefferson Airplane o los Beatles, que a escritores como Terry Southern y Ken Kesey, o en un centro cristiano como Wheaton comentaba las pelí­culas de Bergman o Fellini. Nadie habí­a oí­do a un pastor conservador hablar de esas cosas, más que con desprecio. Obvia decir que es por eso, que adolescentes como yo, leí­amos sus libros. ¡No parecí­an ′literatura cristiana′!

Fijarse sólo en los nombres que cita serí­a, sin embargo, una superficialidad. Hay un mensaje claro en él, que repite constantemente. Y de eso es lo que quiero hablar ahora, porque lo que me atrajo de él, no era sólo su forma original, sino el contenido. Como dice Edgar, la idea clave de su pensamiento es ′la búsqueda de lo real′. Eso es lo que le produjo la crisis en los años 50. Aunque era alguien propenso a la depresión, la experiencia de la que nació L′Abri no fue algo meramente psicológico. Se hizo la pregunta que muchos nos hacemos: ′¿Soy yo realmente cristiano?

FE EN CRISIS

Schaefer se habí­a ido distanciado poco a poco del Movimiento ′como ellos lo llamaban′ de ese fundamentalismo militante con el que habí­a venido como misionero a Europa, después haber sido pastor en tres iglesias de Estados Unidos. Su forma de separatismo le parecí­a ahora carente de amor y gozo. Incluso alguien como Lloyd-Jones, que buscaba también la pureza de la iglesia visible, mostró sus reservas por ′la falta de amabilidad′ que vio en su Movimiento. Duriez cree que le impresionó más la recriminación de Barth de lo que piensa Edgar. El teólogo de Basilea se negó a volver a hablar con él diciendo que estaba cerrado a todo diálogo. Su teologí­a parecí­a ′criminologí­a′, le dijo.

Edith registra en′ The Tapestry′ los comentarios de Fran antes de ponerlo mucho después por escrito en el prólogo a ′La verdadera espiritualidad′: ′Me siento hecho pedazos por la falta de realidad; la falta de ver los resultados que dice la Biblia; no hablo de la gente; sino que no estoy satisfecho conmigo mismo′. Edgar explica, por eso, que Fran no buscaba ′la verdadera espiritualidad′, sino la verdad de su cristianismo.

Si lo que decí­a la Biblia no era verdad, esto ya no le interesaba. No se trataba de tener una experiencia carismática. De lo que habla en su famoso sermón de aquella época, ′Lengua de fuego′, era del valor que tení­a la obra de Cristo para nosotros hoy. Cuando él descubre al ′Dios que está ahí­′ no espera una ′segunda bendición′, sino tener una reafirmación de la verdad de la Biblia y el sentido de lo que Jesucristo ha hecho finalmente por nosotros. Y eso es lo que encontró.

El punto de partida es tan obvio que sigue siendo increí­ble que todaví­a el cristianismo conservador siga actuando a espaldas a esta realidad tan clara en el Nuevo Testamento: ′Lo primero que debemos tener en cuenta es que nadie puede empezar siquiera a vivir la vida cristiana, o saber algo de la verdadera espiritualidad, sin ser verdadero cristiano′. Sin embargo, hoy está el mundo evangélico empeñado en que la gente viva de acuerdo con la moralidad cristiana. Me temo que hasta el propio Schaeffer olvidó esto al final de su vida en su batalla contra el aborto.

LO BáSICO DEL EVANGELIO

La distinción que suelo hacer entre el sentimiento de culpa y la culpa objetiva viene de Schaeffer. Es así­ cómo él presentaba siempre el problema. Igual que él, yo también si encuentro alguien en un tren y tengo sólo diez minutos para hablar con él del Evangelio, hago como Schaeffer, paso ocho planteando las preguntas y sólo dos apuntando a la respuesta. Para que el cristianismo tenga sentido, tenemos que entender que hay un problema. Y él lo encontraba en esa ′lí­nea de la desesperación′.

No captar la importancia de la Caí­da, como Schaeffer, es caer en los dos principales errores que tiene el cristianismo contemporáneo. Por el lado conservador, actúa como si el no creyente pudiera vivir de acuerdo con ′los valores cristianos′, pero también en su orgullo de ′la sana doctrina′, ignora que el pecado ha afectado a nuestra mente y no entendemos la verdad como debemos. Todos tenemos errores. El ámbito liberal, por su parte, quiere justificar lo injustificable. Ya no le basta que se entienda al homosexual, tiene uno que decir que no hay ningún problema con ello. No acepta convivir con el sentido de culpa, imprescindible para vivir la gracia del Evangelio.

Para Schaeffer, aceptar la autoridad de la Biblia significa reconocer que todos hemos pecado, no por error, sino intencionadamente. Y que la única satisfacción sustitutoria que podemos tener es el sacrificio de Cristo ′en el espacio y en el tiempo′. Nuestra culpa sólo puede ser quitada por la obra completa de Jesús ′sin añadir nada por nuestra parte′. Esto es algo en lo que insiste una y otra vez en todos sus escritos. Y eso es lo que creo también yo.

A estas alturas de la vida ya no creo que pueda ser mejor cristiano, pero si algo sé es que soy pecador y no tengo otra forma de librar mi culpa que lo que Cristo Jesús ha hecho por mí­ en la cruz. Ese es para mí­, el Evangelio. Lo que yo todaví­a creo. Soy un mal cristiano, pero en el nombre de Jesús está mi única esperanza en la vida y en la muerte.


Estudio escrito en Madrid por el Hasta el día de hoy esta página ha tenido 1 comentarios.


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Juan Antonio GM comentó lo siguiente: ""A estas alturas de la vida ya no creo que pueda ser mejor cristiano, pero si algo sé es que soy pecador y no tengo otra forma de librar mi culpa que lo que Cristo Jesús ha hecho por mí­ en la cruz. Ese es para mí­, el Evangelio. Lo que yo todaví­a creo. Soy un mal cristiano, pero en el nombre de Jesús está mi única esperanza en la vida y en la muerte." Me ha entusiasmado, como siempre, leerte, escucharte todos estos apuntes sobre Francis Schaeffer. Siempre me gustó; ahora más porque lo has hecho más cercano y comprensible. ¡Gracias, estimado José! El párrafo entre comillas tuyo, me permites, lo hago mío. Por esa experiencia voy pasando. No soy un buen cristiano, nunca lo fui, lo he intentado muchas veces, solo Dios sabe de las turbulencias que se viven y de las que Él nos saca. Como dice Schaeffer, TODO LO HA HECHO DIOS EN CRISTO, NUESTRO SUSTITUTO EN LA CRUZ." (2022-08-08 21:28:17)



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