Tras dos sesiones de investidura fallidas --un hecho sin precedentes--, Cataluña entra en una dimensión desconocida que puede acabar en un pacto independentista o abocar a nuevas elecciones. Es probable que al final ERC, Junts per Catalunya (JxCat) y la CUP lleguen a un un acuerdo, pero seguro que no será fácil.

En las dos sesiones de investidura, ERC sufrió una doble humillación, una palabra que se escuchó por primera vez en el Parlament pronunciada por la portavoz de los Comuns, Jéssica Albiach, en un discurso que retrató la verdadera dimensión de lo que estaba ocurriendo. La primera humillación fue la que sufrió ERC a manos de Junts, decididos desde el principio a abortar la investidura de Pere Aragonès y a prolongar el calvario del dirigente republicano, a quien le recordaron, como para quitar importancia a la humillación, el tiempo que suele tardar en Bélgica la formación de gobierno.

En la segunda sesión, la humillación fue a la inversa, protagonizada por la propia ERC. Tanto Aragonès como el portavoz republicano, Sergi Sabrià, se dedicaron a implorar a Junts un acuerdo incluso cuando se sabía de antemano que eso no iba a ocurrir porque la ejecutiva de JxCat ya había decidido volver a abstenerse. Esta humillación comportó la concesión a Carles Puigdemont de aceptar que el Consell per la República entrase en el juego de los órganos de poder. Es verdad que Aragonès subrayó que no iba a admitir “ni sustituciones ni tutelas”, pero el primer paso para encajar la presencia del fantasmal Consell per la República, organismo privado que solo representa a Puigdemont, estaba dado. El tono de Junts también bajó unos cuantos decibelios, pero el objetivo era el mismo: impedir la investidura de Aragonès.

Aunque lo sustancial era la voluntad de Junts de castigar y humillar a Aragonès --maltratado también junto a su familia en las redes sociales--, los republicanos facilitaron el camino a los puigdemontistas al cometer varios errores. El primero, votar como presidenta del Parlament a Laura Borràs sin contrapartida alguna. El segundo, pactar primero con la CUP sin esperar a un acuerdo con Junts. Un acuerdo de izquierdas para pactar luego con la derecha. Si realmente Esquerra quiere llegar a un acuerdo con Junts, como es evidente, no se entiende que pacte primero con el partido minoritario dentro del independentismo ni siquiera para presionar a JxCat.

El acuerdo ERC-CUP, del que ambas partes insisten en no tocar ni una coma, condiciona ahora el pacto tripartito del independentismo y dificultará una salida porque las diferencias entre los posconvergentes y los cupaires son prácticamente insalvables. Solo hay que ver, a modo de ejemplo, las invectivas cruzadas en el pleno a propósito de la renta mínima universal.

El tercer error es descartar de entrada un pacto de izquierdas, con el veto explícito al PSC que ERC suscribió en el documento firmado al final de la campaña electoral. Este veto y la escasa voluntad real de acordar nada con los Comuns echaban a ERC en manos de Junts y le quitaban capacidad de presión por si los posconvergentes, como ha sucedido, se envalentonaban y acorralaban a los republicanos.

De todas formas, un eventual pacto de izquierdas solo podía ser una posibilidad táctica porque Oriol Junqueras, que nunca ha sido de izquierdas, ha dejado claro siempre que se le ha preguntado, e incluso sin preguntárselo, que el verdadero enemigo a batir es el PSC. Había que ver el diferente tono usado en el pleno por Aragonès y sobre todo Sabrià hacia el PSC y la complacencia con Junts. La variante propuesta por los Comuns de un gobierno entre ellos y ERC con apoyo externo del PSC no deja de ser una broma sin futuro alguno porque el ganador de las elecciones pasaría entonces a no ser nada: ni Gobierno ni oposición.

En cualquier caso, si finalmente los tres partidos independentistas consiguen un acuerdo para la investidura y para un Govern de ERC y Junts, Esquerra quedará atada de manos a poco que se acepten las condiciones que plantea Puigdemont. Atada de manos por el Consell per la República, que pretende dirigir la estrategia independentista al margen de las instituciones catalanas, y atada de manos en el Congreso de Madrid, donde ERC, con 13 diputados, perdería la autonomía de actuación, condicionada por un partido que solo tiene cuatro escaños y que ha votado de manera diferente a Esquerra en numerosas ocasiones. La mesa de diálogo con el Gobierno de Pedro Sánchez, que Junts nunca ha aceptado, volvería a nacer muerta, y un nuevo hipotético pacto presupuestario sería mucho más difícil.

ERC se encuentra ante la disyuntiva de valorar todas estas cuestiones y ceder a las exigencias de Junts o dejar pasar el tiempo para ir a unas nuevas elecciones. Porque la mejor alternativa, que sería romper la política de bloques enfrentados, no parece que esté aún sobre la mesa.