Opinión

Blas Camacho Zancada, ante todo, un ejemplo de vida cristiana

José Vicente Cepeda Plaza | Miércoles, 3 de Febrero del 2021
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El plan habitual matinal que tenía allá por el año 2008 se truncó como consecuencia de la decisión del párroco de la iglesia a la que asistía todas las mañanas para escuchar Misa, al suprimir la de ocho y media antes de entrar a trabajar. En la misma puerta de entrada al templo se puso una nota informativa sobre los nuevos horarios. No pasaría más de uno o dos días cuando a algún feligrés se le ocurrió informar por su cuenta de la iglesia más próxima y sus horarios de Misas. Una letra que siempre me ha parecido a la de Blas, pero que nunca he tenido la curiosidad de preguntarle. 

Sería en el Primer Monasterio de la Visitación de las Religiosas Salesas. En mi primera asistencia encontré a un señor de buen porte exterior, gafas redondas de pasta, pelo canoso, con semblante sereno y afable. Solía ponerse en los primeros bancos con misal en mano. No daba impresión de un “mea pilas”, era de esas personas que se les ve viviendo profundamente el misterio de la Misa. Comulgaba el primero y pocos minutos después de terminar la Misa salía con paso decidido –más tarde descubriría que era para iniciar puntualmente su trabajo en el despacho-. No había duda: era Blas Camacho Zancada, a quien ya tuve la oportunidad de saludar años atrás en otro Convento, el de las Clarisas, en el Paseo de Recoletos; entonces era diputado a Cortes, y no hubo mucho tiempo de hablar porque sus escoltas le esperaban en el coche oficial. No me lo pensé dos veces, me levanté cuando se puso  la altura de mi banco, caminé detrás de él, y cuando llegamos a la calle le abordé, presentándome como un tomellosero a la vez que le estreché la mano. Se alegró y salimos andando hasta llegar a la altura de su despacho, unos trescientos metros de distancia del Primer Monasterio de la Visitación. En este corto trayecto se cimentó una amistad a la sombra de otro paisano: Ismael Molinero Novillo, conocido como Ismael de Tomelloso desde que un joven de Albaladejo le identificó en el Hospital Clínico de Zaragoza mientras yacía en una cama pocos días antes de morir. José e Ismael coincidieron en el seminario de Ciudad Real asistiendo a unos ejercicios espirituales. Ese joven avispado que al verlo exclamó “Pero tú ¿eres Ismael de Tomelloso, que estuviste haciendo los ejercicios en el seminario de Ciudad Real?” (“In silentio…, primera edición, pág. 152). Años más tarde se ordenó sacerdote, don José Ballesteros, quien siempre mantuvo que su vocación fue por la influencia en su vida de Ismael. 

Como precisaba al inicio de este articulo era el año 2008, si mal no recuerdo, cuando empezó a forjarse la amistad con mi ilustre paisano. En este año la Santa Sede había enviado el “Nihil Obstat” (del latín al castellano significa algo así como no hay obstáculo), en contestación a petición del obispo de Ciudad Real, el también querido y añorado don Antonio Álgora, para incoar el proceso de Canonización de Ismael de Tomelloso. 

Pronto Blas me ofreció la posibilidad de abrir la delegación de Madrid para la Causa de Canonización de nuestro paisano. Yo le dije: “¿tu crees que de buenas a primeras podemos abrir tú y yo una delegación en Madrid y formar una junta directiva?”. Y me contestó: “No somos dos, sino tres, cuenta al Espíritu Santo”, Y ahí empezamos una labor apasionante. No tardé en hacerme su fiel escudero porque aunque Blas siempre me presentaba como delegado de la Asociación –y lo era-, yo me consideraba un mal pupilo para aprender de sus innumerables virtudes humanas y, lo afirmo categóricamente, virtudes cristianas. 

Porque el eje de la vida de Blas era su amor a Dios y, consiguientemente, su prolongación de amor al prójimo. Blas no era un tomellosero cristiano, sino un cristiano tomellosero. De ahí su apasionamiento por Tomelloso, su querido pueblo . El amor, la simpatía, el afecto que transmitía era el de un hombre enamorado de Dios. Indudablemente que su amor a su esposa Mari Cruz, a sus hijos, y a tantos amigos como tuvo, dimanaba de esa aventura diaria de sentirse hijo de Dios. Blas era un cristiano de la mañana a la noche y de la noche a la mañana. 

Podría haberse hecho notar en tertulias, ser comentarista político, dar conferencias con repercusión pública por su renombre y cualidades intelectuales, escribir sus memorias… Pero su dedicación en exclusiva fue para el joven Ismael de Tomelloso:  conferencias en Madrid y Zaragoza, presentación de “In silentio…”, -la biografía de la cual es autor- y que tuvo un éxito rotundo en la Universidad de San Pablo CEU el 24 de marzo de 2011, con la asistencia del entonces presidente de la Conferencia Episcopal, don Antonio María Rouco Varela, y con un Aula Magna abarrotada con gran parte de tomelloseros llegados en autocares;  la traducción en diferentes idiomas de la citada biografía, de miles y miles de estampas que ya recorren los cinco continentes… 

Todo cuanto parecía inabarcable era realizable para Blas. Vió que el debía implicarse de lleno en ese joven paisano incomprensiblemente paralizada la Causa a pesar de lo mucho que había que contar del tesorero de la Acción Católica de Tomelloso. Presidente de la Asociación para la Causa de Canonización de Ismael de Tomelloso desde que se constituyó en 2006 y Vicepostulador de la Causa, que con mucho trabajo y dedicación y con plena confianza de saber que era lo que el Señor le pedía, consiguió un acopio de 900 folios encuadernados en seis tomos que formaron la documentación en torno a la vida de Ismael de Tomelloso, que se encuentra en la Congregación para las Causas de los Santos a la espera de que la Santa Sede se pronuncie. 

He estado informado de la evolución de la enfermedad de Blas gracias a su esposa Mari Cruz y a su hija Esther. Tengo en el móvil el mensaje que me puso a las pocas horas de ingresar en el hospital: agradecía lo que estábamos rezando por él, esperaba recuperarse pronto y volver a su vida habitual; y terminó con un agradecimiento especial “a mi buen amigo José Vicente”. Desgraciadamente por el comprensible consejo de la familia dada la situación sanitaria, no he podido desplazarme al tanatorio para darle el último adiós. Le dí el pésame a su hijo Blas, y me dijo: “dile lo que quieras porque estoy delante de él”.  Y se lo dije, le confesé que su padre era el tercer hombre que había influido determinantemente en mi vida: mi padre me dio la vida y la educación, otro buen amigo de Tomelloso, al que él también conocía, me abrió nuevos horizontes de vida y Blas me ha cambiado el carácter, es un ejemplo a seguir. 

Blas ha sido de esos “santos de la puerta de al lado” a los que se refiere  el Papa Francisco en su exhortación apostólica Gaudete est Exsultate, a los cristianos que sin salirse de su entorno de vida con su ejemplo, su palabra y su alegría calan en el corazón de las personas que tienen la satisfacción de tratarles y conocerles. No, Blas no era de esos cristianos a los que tan bien catalogó San Francisco de Sales: “Un santo triste es un triste santo”, al contrario, irradiaba una alegría propia de una persona con el corazón puesto en el Cielo. 

Seguro que nuestro Blas, después de poder despedirse de su esposa e hijos, pensó lo mismo que Ismael de Tomelloso, al que no abandonó el sentido del humor que tan a flor de piel lo tenía siempre al igual que Blas, ni siquiera en los momentos previos a entregar su vida al Señor: “Mañana –le decía a don José Ballesteros- cuando llegue al Cielo, si San Pedro no me deja entrar, porque he sido un diablejo, le tiro de las barbas o le engaño y me cuelo. Mañana en el Cielo…! (“In silentio …”,  primera edición, pág 162). 

Gracias, mi querido Blas por esta amistad que te has dignado compartir, perdona por todos esos roces propios de mi ignorancia y ayúdame siempre y en todo.

 


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