El remedio para el orgullo

Cuando uno toma tres tipos de tentación la
sabiduría, el poder y las riquezas y los lleva a
la confianza en uno mismo, estos forman un
poderoso aliciente hacia la expresión máxima del
orgullo: el ateísmo. La manera más segura de
permanecer superiores en nuestra propia estima
es negar cualquier cosa que esté por encima de
nosotros.

Es por eso que los arrogantes se interesan en
mirar a los demás con desdén. «Un hombre
orgulloso siempre mira con desprecio a cosas y
personas; y, por supuesto, cuando uno está mirando
hacia abajo, no puede ver lo que está por encima
suyo» (C. S. Lewis, Mero Cristianismo).

Sin embargo, para preservar el orgullo más fácil
sería proclamar que no hay nada que observar por
encima de uno. «El impío, en la altivez de su
rostro, no busca a Dios. Todo su pensamiento es:
No hay Dios» (Salmos 10:4). Finalmente, los
orgullosos deben persuadirse a sí mismos de que no
hay un Dios.

Una razón para lo anterior es que la realidad de
Dios es de una intromisión abrumante en cada
detalle de la vida. El orgullo no puede tolerar
la participación íntima de Dios inclusive en los
asuntos simples de la vida.

Al orgullo no le agrada la soberanía de Dios.
Por lo tanto, al orgullo no le agrada la existencia
de Dios porque él es soberano. Expresará esto al
decir: «Dios no existe»; o diciendo: «Iré manejando
a Atlanta para Navidad».

Santiago dice: «No estén tan seguros». Mejor digan:
«Si el Señor quiere, viviremos y llegaremos a Atlanta
para Navidad». El punto de Santiago es que Dios es
el que decreta si llegaremos a Atlanta, y si
viviremos para terminar este devocionario. Esto es
extremadamente ofensivo a la autosuficiencia del
orgullo el no tener control, ¡aun sobre si se llega al
final del devocionario sin que a uno le dé un derrame
cerebral!.

Santiago dice que no creer en el derecho soberano de
Dios de manejar los detalles de nuestro futuro es
arrogancia.

La manera de combatir esta arrogancia es ceder a la
soberanía de Dios en todos los detalles de la vida,
y descansar en sus promesas infalibles de mostrarse
poderoso a nuestro favor (2 Crónicas 16:9), de
seguirnos con el bien y la misericordia cada día
(Salmos 23:6), de obrar en favor de los que esperan
en él (Isaías 64:4), y de obrar en nosotros lo que
necesitamos para vivir para su gloria (Hebreos 13:21).

En otras palabras, el remedio para el orgullo es una
fe firme en la gracia de Dios para el futuro.

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