Lo que siembras, cosechas

Lo que siembras, cosechas

La Biblia es muy clara en tres cosas:

  • El camino de Dios es siempre el mejor camino (Sal. 119:160).
  • El camino de Dios no siempre te parecerá el mejor camino (Prov. 14:12).
  • Lo que siembras, cosechas (Gá. 6:7 en adelante).

En cada relación, cada día cosechas lo que previamente plantaste y plantas lo que algún día cosecharás. Cuando la división y la acrimonia tienen lugar en una relación, no experimentamos una misteriosa dificultad. No, tristemente, estamos cosechando lo que hemos sembrado.

En este mundo caído, donde siempre somos pecadores en relación con otros pecadores, una de las cosas más bellas y protectoras a las que Dios nos llama es al perdón.  Pero el perdón no siempre nos parece hermoso. En ocasiones, aferrarse a un error nos parece una mejor forma de proceder. ¿No es asombroso que nosotros, que descansamos y celebramos el perdón que se nos ha dado, encontremos el perdón a menudo difícil y poco atractivo?

El perdón y la falta del mismo no son neutrales; cada uno planta ciertas semillas y cada una produce cierto tipo de cosecha. Por lo tanto, es importante considerar las etapas de la cosecha de la falta de perdón que dañan la relación. Estoy profundamente persuadido de que mucha, mucha gente está de alguna manera siguiendo este camino y muchos de ellos sin saberlo.

1) Inmadurez y fracaso

No solo todas las personas en las relaciones son pecadoras, sino que la mayoría de nosotros vivimos en nuestras relaciones de manera muy casual e ingenua. A menudo tenemos una actitud inmadura hacia las relaciones en nuestra vida. Por eso hacemos cosas necias, egoístas y pecaminosas que ninguno de nosotros pensaba que el otro haría. En nuestra sorpresa y dolor, damos paso a la acusación, la culpa, el juicio y el castigo en lugar de a la confrontación honesta, la confesión y el perdón.

Lo que no percibimos es que no solo estamos respondiendo mal al momento presente, sino que estamos empezando a establecer la dirección de la relación. Cada acto egoísta seguido de una respuesta amarga daña el afecto y la lealtad que nos tenemos el uno al otro y la unidad y el respeto que se supone que debemos disfrutar.

2) Cayendo en patrones de comodidad

Como la confrontación, la confesión y el perdón son un trabajo duro, es más fácil dar paso a impulsos más bajos. Es más fácil dar un brinco y alejarse, ensayar en tu mente los errores de los demás, compilar tu lista, gritar de rabia, y generar una amenaza. Mucha gente se permite caer en patrones de comodidad, pero relacionalmente destructivos. Mientras tanto, el afecto y el respeto entre las personas se debilita, y la distancia entre ellos se amplía.

3) Establecer defensas

En lugar de que la esperanza y el valor crezcan como resultado de un saludable estilo de vida relacional de honestidad y perdón, muchas personas aprenden a construir muros de defensa contra las irritadas acusaciones de los demás. Pronto aprendemos que la mejor defensa es una ofensiva, por lo que abordamos la creciente crítica del otro, utilizando la lista que hemos compilado y recordando al otro lo imperfecto que es y, por lo tanto, lo difícil que es tener una relación con él.

Esta combinación de autojustificación (convencernos de que nosotros no somos el problema) y de acusación (decirle al otro que él o ella es el problema) impide la relación. No estamos unidos buscando defender esta relación contra un ataque. No, nos vemos como adversarios y levantamos muros de defensa contra el otro.

4) Cultivar la aversión

Debido a que nos permitimos meditar sobre lo que está mal en el otro en lugar de celebrar el bien que Dios ha hecho en él y a través de él, nuestra perspectiva se vuelve cada vez más negativa. Dado que los seres humanos no viven de acuerdo con los hechos de su experiencia sino con su interpretación de los hechos, esta evaluación globalmente negativa se convierte en la lente interpretativa a través de la cual comenzamos a ver todo lo que la otra persona dice y hace. Así que lo que una vez no habríamos visto como negativo, ahora lo interpretamos como negativo.

He dado consejería a muchas personas que una vez tuvieron un gran aprecio y respeto por los demás y ahora simplemente ya no se agradan. De hecho, he tenido gente que me ha dicho que es difícil para ellos mirar atrás y recordar cuando la relación era pacífica y buena.

5) Abrumarse

En algún momento, estar en una relación con alguien que no te gusta mucho y sentir la necesidad de defenderte diariamente contra un ataque se convierte en algo muy agotador y desalentador. Las mismas ofensas y acusaciones se hacen una y otra vez. El mismo debate sobre quién es el más difícil de tratar ocurre una y otra vez. Llegas al punto de temer ver a la persona y la evitas si puedes. Te preguntas cuándo caerá la próxima bomba y romperá la poca paz que queda.

6) Envidia de los demás

Cuando vives así, es difícil no mirar por encima de la valla o al otro lado de la habitación y envidiar las relaciones que parecen tener todo lo que tú no tienes. Y cuando haces esto, es tentador dudar del amor y la sabiduría de Dios cuando sientes que has sido señalado para dificultades que otros no están enfrentando.

Comparar tu relación con otra siempre es peligroso, pero es particularmente destructivo para una relación en la que día tras día ya no te das muchas razones para continuar.

7) Deseos de escapar

La falta de perdón sostenida siempre parece conducir aquí. Estás enfadado, herido y abrumado. No te gusta mucho la otra persona, y no esperas con ansias los momentos en que estén juntos. Te sientes abrumado y asfixiado. Te dices a ti mismo que eres la víctima diaria del pecado del otro. No puedes imaginar que la otra persona va a cambiar realmente. Todo parece imposible, así que empiezas a fantasear con la posibilidad de escapar.

Al principio, son solo las fantasías irreales de los cansados, pero se convierte en algo más que eso. El camino entre la fantasía y la obsesión o la fantasía y la resolución no suele ser muy largo. Estás en un lugar de ser muy susceptible de alejarte, permitiendo que esta relación sea otra víctima más en tu historia relacional.

Puede que estés pensando: «¡Vaya, Paul, esa es una imagen muy sombría!». Bueno, te preguntaría esto: ¿tienes una relación en tu vida que se mueve o se ha movido por este camino?

El Dios del perdón y la gracia te permite, por su perdón y gracia, vivir en relaciones de perdón y gracia. Por su gracia puedes plantar las semillas del perdón que hacen crecer las relaciones de aprecio, respeto y amor, aunque siempre estés en relación con los pecadores.

Por la gracia de Dios no tienes que arrastrar el dolor de ayer a la relación de hoy. Jesús murió, no solo para perdonarte, sino para, mediante su muerte conquistadora del pecado, permitirte perdonar a los demás. Por su gracia, la reconciliación y la restauración son realmente posibles. Él realmente es el Príncipe de paz.

¿Por dónde deberías empezar? Empieza por admitir tu pecado y tu debilidad.  Solo cuando admitas tu necesidad te entusiasmarás buscando su perdón y su poder.

Cuando haces esto algo más sucede; recuerdas que la otra persona no es el único pecador en la relación.  Esto hace posible que admitas que eres más parecido a la otra persona que diferente a ella. Es entonces cuando empiezas a darte cuenta de que la única manera en que dos pecadores pueden forjar una relación de respeto, aprecio y paz es cuando confían en la gracia de Dios y se comprometen a darse gracia el uno al otro.

Por su poderosa gracia puedes evitar el triste camino y la amarga cosecha que es la condición de muchas relaciones a este lado de la eternidad.

Paul Tripp

Paul Tripp

Paul Tripp es un pastor y autor de más de 20 libros, incluyendo My Heart Cries Out: Gospel Meditations for Everyday Life.