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Visión y tecnología

La española que situó a Nueva York a la cabeza del emprendimiento tecnológico

Ana Ariño, responsable durante tres años de la estrategia de innovación de la Gran Manzana, sostiene que las ciudades inteligentes deben construirse desde la colaboración vecinal

Manuel G. Pascual
Carlos Luján

Nueva York es un referente internacional en muchos aspectos, pero tampoco es infalible. Nunca destacó en algo en lo que acostumbra a mandar California: la atracción de startups tecnológicas. La bahía de San Francisco (Silicon Valley) o incluso algunas ciudades europeas siempre han tenido muy buena fama entre los jóvenes aspirantes a empresarios.

Esta mancha en la reputación de la megaurbe atlántica empezó a borrarse hace una década. Nueva York es hoy la segunda capital mundial del emprendimiento (Silicon Valley sigue estando por delante). Parte de la culpa la tiene una española: Ana Ariño. Esta madrileña ocupaba hasta principios de 2020 la vicepresidencia y dirección estratégica de la New York City Economic Development Corporation, la agencia encargada de planificar el desarrollo de la ciudad. El suyo es el cargo no político más alto al que se puede llegar en el organigrama de un ayuntamiento que maneja un presupuesto de unos 90.000 millones de dólares, cuatro veces el de la Comunidad de Madrid y superior al PIB de 130 países.

Entre las tareas de Ariño estaban liderar la estrategia de innovación de la ciudad y desarrollar proyectos estratégicos en urbanismo o comunicaciones, con especial énfasis en la tecnología. Su mandato era, en sus propias palabras, “preparar a Nueva York para el futuro”.

P. ¿Cómo se mejora una megaurbe desde un despacho?
R. Se trata de estar siempre un paso por delante, de adelantarte a lo que pueda pasar, con proyectos ambiciosos y en la frontera de la economía de la innovación. Nuestra visión era hacer de Nueva York un referente mundial capaz de dar a todos sus ciudadanos la oportunidad de prosperar. Y eso era lo que significaba, para nosotros, una smart city: una ciudad donde la innovación es clave para definir tu futuro y la tecnología está al servicio del ciudadano para mejorar la experiencia urbana, crear nuevas oportunidades económicas y hacer frente a los muchos retos que existen, como la desigualdad o el cambio climático, y los que están por llegar. ¿Cómo se ha logrado? Fomentando la cooperación entre los agentes que participan en el proceso de innovación (emprendedores, Gobierno, inversores, empresas, universidades, etcétera) y apostando por la educación.
P. ¿Cómo lograron convertir a Nueva York en un destino apetecible para los emprendedores?
R. Tras la crisis de 2008 nos propusimos convertirnos en una capital tecnológica mundial atrayendo talento e inversión para diversificar el tejido productivo. Durante los siguientes 10 años pusimos en marcha incubadoras y aceleradoras enfocadas en sectores estratégicos, trajimos a Nueva York una nueva universidad de ingeniería en Roosevelt Island llamada CornellTech, celebramos los éxitos de las startups locales y apoyamos la expansión progresiva de Google en Chelsea, entre otras. Ahora, Nueva York es el segundo ecosistema emprendedor más grande del mundo después de Silicon Valley: en 2019 recibió más de 17.200 millones de dólares de inversión de capital riesgo en startups. Como apunte, en 2010 solo captó 2.200 millones.
P. ¿En qué sectores centraron los esfuerzos de seducción de emprendedores?
R. Destacaría tres: biotecnología, ciberseguridad y las tecnologías urbanas, o urbantech. La evolución de este último es un ejemplo del rápido crecimiento de emprendimiento tecnológico en general. La escala del centro urbano de Nueva York la convierte en un lugar propicio para desarrollar soluciones sobre residuos, energía, transporte, infraestructura o construcción: tiene 800 puentes y túneles, 600 millas de costa, 6.000 de carreteras… De las incubadoras que pusimos en marcha salió, entre otras, Jump, la empresa de patinetes que compró Uber por 200 millones. En 2018 cerramos acuerdos con empresas y universidades para probar productos en la ciudad. Numina, por ejemplo, desplegó sensores en Downtown Brooklyn para capturar datos anonimizados que permitieran entender los patrones de comportamiento del tráfico en una de las intersecciones principales y ayudar a las autoridades en labores de planificación. Ahora Nueva York recibe el 10% de la inversión mundial de capital riesgo en innovación urbana.
P. ¿Considera que Nueva York es una ciudad inteligente?
R. El término smart city no me gusta. Sugiere la recopilación de datos de los ciudadanos como un fin en sí mismo, evoca al capitalismo de vigilancia. Eso no funciona por varios motivos: la opinión pública no lo acepta y las soluciones que realmente sirven son las que resuelven problemas de la ciudadanía. Nuestra estrategia en este terreno se ha basado en tres pilares: la conectividad; la economía de innovación, que es la parte que controlábamos nosotros, y los pilotos o aplicaciones de tecnologías urbanas para resolver problemas sociales.
P. ¿Qué papel desempeña la ciudadanía en este proceso?
R. Las ciudades inteligentes deben ser el resultado de la cocreación con los ciudadanos. Estos deben ayudar a identificar los problemas de cada barrio. Por ejemplo, en el de Brownsville, donde el 40% de la población vive en situación de pobreza o vulnerabilidad, llevamos a cabo un proyecto que combinaba la iluminación inteligente con el arte para mejorar la seguridad de las calles al anochecer, embellecer y dinamizar el espacio público. En función de la actividad peatonal cambian los colores, las imágenes y la intensidad de las proyecciones 3D, que también describen un efecto ola a medida que caminan los peatones o pasan los autobuses. La delincuencia cayó. Gracias a los vecinos comprobamos que para hacer una calle más segura no siempre necesitas más policías, sino que puede bastar con iluminarla mejor.
P. ¿En qué casos las ciudades inteligentes pueden recordar al capitalismo de vigilancia?
R. Me viene a la mente el proyecto en Toronto del brazo inmobiliario de Alphabet, SidewalkLabs, que consistía en rehabilitar los muelles y de paso mostrar al mundo cómo concibe la compañía una smart city. Google ha anunciado que lo dejan, en principio por culpa de la pandemia. También es verdad que ha habido un fuerte rechazo por parte de los ciudadanos, que no ven con buenos ojos que una big tech estadounidense como Google vaya a Canadá a planificar una ciudad. Genera mucho recelo porque la empresa se queda con tus datos, porque los vecinos no saben cuáles van a ser las tecnologías que se implementarán, etcétera.
P. Dice que uno de los pilares de la estrategia de innovación de Nueva York es la educación. ¿Puede ser más concreta?
R. Un ejemplo de inversión educativa en escolaridad es la iniciativa Computer Science for All (CS4All): introducir la informática obligatoria en todos los colegios públicos desde los cuatro años hasta que te gradúas con 17. Tenga en cuenta que en Nueva York hay 1,1 millones de niños. También hemos introducido el uso de impresoras 3D a todos los niveles. Con ellas hacen de todo: desde crear ganchos para dejar mochilas a recrear en una maqueta un circuito electrónico. Cuando entras en una clase, el profe pregunta “Who speaks code?” [¿quién sabe programar?] y todos levantan la mano, se te ponen los pelos de punta. Los efectos de este programa tardarán una generación en notarse, pero marcarán la diferencia.

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Sobre la firma

Manuel G. Pascual
Es redactor de la sección de Tecnología. Sigue la actualidad de las grandes tecnológicas y las repercusiones de la era digital en la privacidad de los ciudadanos. Antes de incorporarse a EL PAÍS trabajó en Cinco Días y Retina.

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