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Entorno

Hacia la colonización comercial del espacio

Los emprendedores se están haciendo con las órbitas bajas, una sección del espacio relativamente virgen y de más fácil acceso. La ausencia de regulación y el apetito empresarial hacen florecer nuevos modelos de negocio galácticos

Los seres humanos somos criaturas implacables. Necesitamos de lo nuevo y lo desconocido para descodificar lo que ya manejamos. Lo que todavía no conocemos nos afirma en el mundo y nos reconcilia a la vez con nuestro origen y nuestro destino. Así sucede con las exploraciones desde los primeros humanos que buscaban valles más fértiles hasta Marco Polo, Erik el Rojo o Cortés. Hoy, cuando apenas quedan tribus aborígenes al margen de la unificación cultural y la cima del Everest es a la vez parque temático y basurero, nuestro espacio próximo se abre a una nueva dimensión y no es la de su exploración, sino la de su explotación comercial. Cincuenta años después de la llegada del hombre a la Luna, y casi 60 de la misión de Yuri Gagarin, la era espacial se olvida de la carrera entre bloques por lanzar sondas y se abre a la exploración de la mano de la empresa privada.

A partir de ahora, las órbitas inmediatas del espacio son para los emprendedores. Esta supuesta liberalización pasa de las agencias espaciales gubernamentales al libre mercado en el advenimiento de una nueva economía de la oportunidad más allá de la atmósfera. Las bondades de esta revolución dicen llegar en forma de nuevas oportunidades de negocio, comenzando por las aplicaciones farmacéuticas, las telecomunicaciones, la investigación o el turismo espacial. En pocos años, prometen, miles de drones llevarán internet a donde no lo hay, la ausencia de gravedad favorecerá las investigaciones y el selfie espacial será un nuevo y rentable hashtag de Instagram. Miles de cacharros se pondrán irremisiblemente en órbita sobre nosotros para, aseguran los expertos, mejorar la vida aquí abajo.

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El periodista de The Washington Post Christian Davenport se ocupa en su libro Los señores del espacio de la conquista espacial planteada por multimillonarios como Elon Musk o Jeff Bezos, en cuyos sueños hay diferencias. “Musk pretende construir una ciudad en Marte como respaldo para la humanidad en caso de que algo le ocurra a la Tierra; Bezos quiere que los humanos se extiendan al cosmos, no que colonicen un solo planeta, y Richard Branson se propone iniciar una compañía de turismo espacial suborbital que lleve a aquellos que pueden permitírselo más allá del borde del espacio para contemplar la Tierra desde arriba”, explica.

Davenport certifica que la iniciativa privada en el espacio va “más lejos y más rápido de lo que lo han logrado los programas espaciales del Gobierno” y no oculta su preocupación por el impacto ecológico, social y económico, en particular con los proyectos del dueño de Amazon. “Jeff Bezos habla de cómo los recursos de la Tierra son finitos, pero los del espacio —desde la energía solar hasta los metales preciosos— son aparentemente infinitos. Quiere traer toda la industria pesada al espacio mientras que la Tierra se preserva como una especie de parque nacional. Todo esto está muy lejos en el futuro, por supuesto”, argumenta el periodista.

Antonio Abad, director técnico y de operaciones en Hispasat, asegura por su parte que no se está abriendo la veda del espacio sin control, sino que se está produciendo “un nuevo paso adelante en la evolución de la tecnología de comunicaciones espaciales”. Para este experto, estos avances beneficiarán siempre a la humanidad y le proporcionarán “ventajas evolutivas que permitirán al hombre seguir avanzando”. Los peligros, asegura, dependen del uso o del abuso que se haga del espacio, de las estrellas, de los cometas y de los demás cuerpos celestes: “Si conseguimos mantener un control coordinado y sensato entre todas las iniciativas que vayan a llevarse a cabo en un futuro, fomentando la cooperación internacional, el riesgo potencial será mucho menor”.

En una reciente entrevista con EL PAÍS RETINA, Charles Bolden, exastronauta y administrador de la NASA en la era Obama, aseguraba que el papel del sector privado será fundamental para el éxito de la exploración espacial. Para él, las oportunidades de negocio son muchísimas: “Desde la NASA promovemos [la comercialización del espacio] porque creemos que es una gran oportunidad y una necesidad. Todas las agencias espaciales del mundo están de acuerdo en cuáles son los objetivos: volver a la Luna en los años 20 y llegar a Marte en los 30. Alguien tiene que continuar operando en órbitas terrestres bajas, y no necesariamente los gobiernos, porque hay startups y empresas que pueden hacerlo. Necesitamos al sector privado en esta aventura. La NASA ya no construye cohetes. Eso nos lo tiene que suministrar una empresa”.

Desde las órbitas suborbitales, que se encuentran a entre 100 y 150 kilómetros de la superficie terrestre, hasta las órbitas geoestacionarias y geosíncronas, a unos 35.000 kilómetros de la Tierra, una enormidad oscura y silenciosa espera ser repartida por iniciativas privadas. Como apunta la Fundación Innovación Bankinter en su estudio Comercialización del Espacio, en 2016 las inversiones en nuevas empresas relacionadas con el espacio marcaron un récord con 280.000 millones de dólares. Un mercado que, según las estimaciones del Bank of America Merrill Lynch, alcanzará los 2,7 billones de dólares en 2045. Mientras, en España, según el informe de la Fundación Innovación Bankinter, la industria espacial ocupa el quinto lugar en Europa y su volumen de negocio supera los 800 millones de euros. Una cifra que se ha duplicado en apenas 10 años y que engloba un tejido empresarial que da trabajo a unos 3.500 técnicos.

Los expertos reconocen que la razón para ir al espacio es porque queremos industrializarlo. Jason Dunn, cofundador y director de Made in Space, compañía norteamericana especializada en la fabricación de impresoras tridimensionales para uso en el espacio terrestre, aseguraba durante el Future Trends Forum que los humanos pueden recurrir al espacio para fabricar allí, protegiendo así la Tierra. Compañías como Nano-Racks, que ayudan a instituciones y otras empresas en el proceso de diseñar sus propios experimentos y ponerlos en órbita, expanden este segmento del mercado. En ese mismo foro, Álvaro Giménez, director de la Fundación CSIC, alababa los beneficios del espacio para la investigación científica asegurando que la comercialización “producirá infraestructuras y acceso al espacio a precios más reducidos para poder realizar investigación científica con el mismo dinero”. Una oportunidad más allá de la Tierra “para mejorar la vida en la Tierra”.

Otro de los campos de la comercialización del espacio será la observación, gracias a la que los satélites meteorológicos lanzados con dinero público ya se dedican a estudiar la cobertura vegetal del planeta, el nivel y temperatura de mares, ríos y lagos, el grosor de la capa de hielo de los polos o la presencia de gases de efecto invernadero y contaminación atmosférica. Sin embargo, ahora la observación toma un nuevo cariz. Empresas como DigitalGlobe, ImageSat International o Planet Labs han comenzado a lanzar sus propias flotas de satélites para recoger por su cuenta datos que posteriormente procesarán y venderán de manera privada. El ejército de satélites de Planet Labs, por ejemplo, es capaz de tomar fotografías de gran tamaño de la Tierra, que vende a clientes privados.

Por su lado, las comunicaciones, donde los satélites se han especializado en llevar señales de teléfono, radio, televisión y datos, prometen una nueva revolución para interconectar al planeta. Según parece, la atmósfera se llenará de drones y globos de telecomunicaciones. “Una de las líneas de desarrollo que va a ser más relevante en un futuro cercano va a ser la de los llamados HAPS, o pseudo satélites de elevada altitud (High-Altitude Pseudo-Satellite), que aportarán algunas ventajas sobre los actuales satélites que orbitan en el espacio alrededor de la Tierra y supondrán un complemento perfecto para los geoestacionarios”, ratifica Antonio Abad, de Hispasat. El experto indica que estas plataformas se ubicarán dentro de la atmósfera, a unos 20 kilómetros sobre la superficie terrestre y que, en pocos años, habrá ya algunas soluciones funcionando en el cielo de muchos países, incluida España, e insiste en que el papel de los satélites “para conectar a internet a los no conectados será fundamental, dando servicio en los próximos años a aquellos que vivan en regiones donde no llegue la infraestructura terrestre”.

En ese sentido, Charles Bolden recuerda que Jeff Bezos, fundador tanto de Amazon como de Blue Origin, su empresa de vuelos orbitales y suborbitales, “está muy interesado en controlar sistemas de drones en la atmósfera”. Para el exdirector de la NASA, esto será tendencia en el futuro, subrayando que algunos de los repartidores tradicionales, como FedEx o DHL, ya usan sistemas autónomos para llevar paquetes. Y afirma que el rol de la NASA será el de “tratar de ayudar al regulador a establecer normas y estándares que permitan que los drones se integren con seguridad en el ecosistema aéreo”.

Según recoge el informe de la Fundación Innovación Bankinter, la expansión de la comercialización del espacio supondrá que cada vez haya más problemas con la basura espacial, “lo que requerirá un esfuerzo internacional de coordinación y vigilancia del cumplimiento de los acuerdos al respecto”. Javier Ventura-Traveset, portavoz de la Agencia Espacial Europea en España, señala que “es una desventaja cumplir protocolos de basura espacial —pues son misiones más caras— si otros no los hacen y nadie los obliga”.

Resulta inquietante la falta de una ley espacial global actualizada. Los acuerdos y tratados auspiciados por la Comisión del Espacio de las Naciones Unidas al respecto, el Tratado sobre el Espacio Exterior de 1967, el Acuerdo de salvamento de 1968, el Convenio sobre Responsabilidad de 1972, el Convenio sobre el Registro de 1975 y el Tratado de la Luna de 1979, no son vinculantes y han sido firmados en un contexto económico, social y tecnológico muy distinto al actual. Parece que estamos ante una celebración económica en la que se antoja necesaria una ley espacial global actualizada.

“La regulación espacial actual, que data de los setenta, es, en efecto, limitada para afrontar la expansión que se va a producir en los próximos años en la exploración y el dominio del cosmos”, confirma Antonio Abad, que considera algunos puntos innegociables. Para empezar, le parece especialmente importante mantener el principio de un uso pacífico del espacio. Aunque eso no significa que no se pueda comercializar. “Siempre que de esas actividades se deriven ventajas para el conjunto de la sociedad, como ocurre, por ejemplo, con las telecomunicaciones vía satélite o los sistemas de navegación como el GPS o el Galileo, promovido por la Unión Europea”, matiza. Para este experto es también fundamental regular futuros usos del espacio como pueden ser la minería o el turismo espacial.

Otras voces como Ram Levi, CEO de Konfidas, empresa israelí de ciberseguridad, apuntan a que la comercialización del espacio requerirá un esfuerzo internacional de coordinación y vigilancia, así como en la ciberseguridad de los automatismos que rigen los ordenadores de abordo de naves, cohetes y satélites, susceptibles de ser hackeados por terroristas informáticos.

Los viajes espaciales privados son otra de las aplicaciones inmediatas de su comercialización. La NASA ha anunciado la posibilidad de albergar turistas civiles en la Estación Espacial Internacional en viajes realizados y coordinados por empresas y a un precio de 35.000 dólares por persona. Una bajada de precio considerable, porque, como recuerda Abad, “desde 2001 la Estación Espacial Internacional ya ha recibido varias visitas de particulares que han pagado más de 20 millones de dólares, y se ha desarrollado un avión para vuelos suborbitales que permitirá contemplar la Tierra desde el espacio”. Sin olvidar que, en España, Zero 2 Infinity ha desarrollado una cápsula colgada de un globo que puede elevarse a 36 kilómetros.

El turismo espacial parece irremediable en un planeta donde al viajero medio ya no le queda lugar para la sorpresa y el Taj Mahal o las cataratas del Niágara se han convertido en lugares masificados. Los vuelos de prueba de los viajes espaciales, como los que ofertan Blue Origin de Jeff Bezos y Virgin Galactic de Richard Branson, tienen un precio de entre 100.000 y 250.000 dólares. Expertos como Abad apuntan que el desarrollo de la tecnología y la consecuente reducción de precios para que “esta emocionante experiencia esté al alcance de un número mayor de personas” llegarán en un futuro no muy lejano. Muchos señalan 2021 como el año cero para los primeros vuelos con pasajeros de pago. Quizá entonces ya haya wifi en el espacio próximo y compañías espaciales low cost permitan subir las fotos en el acto a miles de turistas espaciales.

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