El 6 de junio el papa Francisco aprobó una histórica modificación en la oración del padrenuestro en idioma italiano y la ajustó, así, a la versión empleada desde hace muchos años en español y en Francia recién en el 2017.
Tradicionalmente, el padrenuestro en italiano venía diciendo non ci indurre in tentazione, que en español se traduce como “no nos induzcas a la tentación”, frase que ahora ha sido cambiada por non abbandonarci alla tentazione, es decir, “no nos abandones a la tentación”, en español.
Desde hace unos años, el papa Francisco venía señalando que esa versión en italiano no era correcta porque implica que Dios induce a los cristianos a la tentación, condición que, según el actual jefe del Vaticano, no es cierta. “Soy yo quien cae, no Dios quien me arroja”, sostuvo al respecto.
La versión ahora corregida ha estado en vigor durante siglos en dos importantísimas naciones europeas cuyos idiomas se derivan directamente del latín, lengua en la cual se concibió originalmente la fe católica. Es decir, el pontífice enseña que no se puede confiar en traducciones ni interpretaciones religiosas milenarias.
Tal vez otro error. Esta conclusión me llevó a retomar otra interpretación o traducción equivocada, y que es posible que haya creado en los cristianos de varios milenios una visión errada que, además, los haya estimulado a contribuir a un pecado de tal magnitud que muy pronto puede desencadenar la sexta extinción en el jardín de edén que, según la tradición cristiana, Dios nos confió.
Me refiero al Gloria. Cuando se refiere al Hijo unigénito, lo llama Cordero de Dios y continúa diciendo, en latín, lo siguiente: qui tollis peccata mundi, misere nobis.
Es respecto a la tradicional interpretación del verbo tollere que tengo mis dudas, y gran preocupación, pues puede haber inducido a los cristianos, y a buena parte del resto de la humanidad que ha venido observando la despreocupada actitud de los creyentes en Jesucristo, a una acción irreverente e irresponsable.
El compositor italiano Antonio Vivaldi, quien vivió entre los siglos XVII y XVIII, escribió una cantata para orquesta, coro y solistas titulada Gloria, basada en el texto cristiano del mismo nombre. Tengo la suerte de poseer un CD de la obra, acompañado de un cuadernito con el texto impreso tanto en latín como en inglés, francés y alemán. Es así como he podido comparar la traducción del qui tollis peccata mundi en estos tres idiomas europeos.
En inglés, figura como you take away the sins of the world; en francés, como toi qui enleves le péché du monde; y en alemán, como der Du trägst die Sünden der Welt.
O sea, la versión en francés e inglés conllevan el sentido atribuido en español: el Dios cristiano quita el pecado del mundo, se lo lleva, lo hace desaparecer, sin el menor esfuerzo; pecado que cometemos, pecado que el Cordero de Dios se lleva —claro, siempre y cuando haya arrepentimiento—, pero desaparece, sin dejar rastros. Me parece una interpretación ligera o desactualizada, particularmente, después del “desarrollo” industrial, técnico y agrícola que ha promovido la humanidad en los últimos 200 años.
La traducción al alemán, en cambio, me parece más correcta, tanto desde el punto de vista lingüístico como interpretativo: tollere, en latín, significa “cargar”, y es el sentido que le da la traducción al alemán: der Du trägst die Sünden der Welt, es decir, quien carga los pecados del mundo.
O sea, al Cordero de Dios y al jardín de edén les echan encima todos los pecados, haya arrepentimiento o no, y esta imagen implica una carga, un peso que va creciendo de generación en generación, pero, también, que hay un límite, un límite a partir del cual el peso se hace insoportable, insoportable para la atmósfera y la biodiversidad, incluso, para el Cordero de Dios…
Cambio en otros idiomas. Sugiero, por tanto, que la Iglesia católica de habla hispana y, ¿por qué no?, el Vaticano, considere corregir la traducción al inglés, al francés y al español del qui tollis peccata mundi, tal como lo hizo recientemente en la versión francesa e italiana del “no nos abandones a la tentación”.
Quizá, una interpretación más realista y actualizada de la tentación y del pecado puede contribuir a que la población católica practicante y, ¿por qué no?, la cristiana en general, tome más conciencia de los actos más inclementes en que está incurriendo la humanidad del siglo XXI: contaminación severa del ambiente y la destrucción masiva de la biodiversidad, actos que, conjuntamente, generan serios daños, daños que se acumulan año tras año y cuyos efectos destructivos les estamos transfiriendo descaradamente a nuestros hijos y nietos; deterioros terminales que le venimos cargando al jardín de edén, el jardín que, en un inicio, según la fe cristiana, Dios le confió a Adán para que lo cuidara.
El autor es cineasta y periodista.