Arte

El renacimiento de Chillida

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El próximo 17 de abril reabre el Museo Chillida-Leku después de 10 años cerrado. La exposición 'Ecos' reunirá obra poco conocida del artista y exhibirá parte de su archivo personal, en parte inédito, al que ha tenido acceso EL MUNDO

Eduardo Chillida delante de 'El peine de los vientos' en 1996. EFE

A seis kilómetros de San Sebastián, Eduardo Chillida encontró en los años 80 el lugar para levantar un cosmos nuevo, ese territorio mítico donde el espacio no limita con nada. Quizá con el horizonte, con el aire, con el cielo. Una mañana, el artista visitó el caserío de Zabalaga, en Hernani, una construcción del siglo XVI, y supo entonces que su sitio era ese. Ahí fijó su fundación y su museo, adquiriendo la casa principal y, algo después, los terrenos adyacentes. Lo llamó Chillida-Leku. Convirtió aquella campa de 11 hectáreas en una arcadia propia donde trabajó en la rehabilitación durante 15 años, junto a su mujer, Pilar Belzunce, y en colaboración con el arquitecto Joaquín Montero). El remate fue la apertura al público de aquel sueño cierto, el 16 de septiembre de 2000. Pero una década más tarde, el 31 de diciembre de 2010, la crisis económica sirvió de excusa a unos y a otros (Diputación de Guipuzkoa y PNV) para candarlo. Los visitantes habían bajado de 80.000 en los primeros años a 60.000. Eso y las desavenencias en los criterios de financiación aceleraron el final.

Más de nueve años ha permanecido cerrado, hasta que un acuerdo de los herederos con la galería suiza Hauser & Wirth, representante en exclusiva de la obra del escultor desde 2017, ha impulsado de nuevo la 'resurrección' del museo que Chillida quiso y armó. El próximo 17 de abril abre las puertas por segunda vez (bajo dirección de Mireia Massagué) y será con una exposición del artista vasco en el caserío y con una selección de sus piezas monumentales (40) ocupando la superficie exterior, que en esta ocasión cuenta con la intervención de uno de los más destacados paisajistas, el holandés Piet Oudolf.

Esculturas y visitantes en el Museo Chillida-Leku en Hernani.

En esta nueva etapa, el caserío de Zabalaga acogerá por dentro la muestra 'Ecos', que despliega parte del trabajo de Eduardo Chillida y reúne (además de piezas raramente expuestas) numerosos documentos inéditos del archivo de este poderoso creador. EL MUNDO ha tenido acceso a algunas piezas de ese material, que da cuenta de los múltiples intereses del escultor: su entusiasmo por poetas como Goethe y Jorge Guillén (de uno de sus versos salió el lema que fue clave para la concepción de su obra: 'Lo profundo es el aire'), su relación con coetáneos como el pintor Pablo Palazuelo, sus reflexiones alrededor del espacio y los materiales, las anotaciones sobre algunas de sus obras míticas ('Peine del viento') y sobre uno de sus proyectos más vapuleados: intervenir en Tindaya, la montaña sagrada de la cultura guanche en Fuerteventura.

"Paso la vida buscando en mi estudio para intentar aproximarme a lo que desconozco". Chillida dejó escrita esta certeza en un folio sin fechar. Y en esa vocación de avanzar siempre hacia la luz del fondo, hasta el lugar de lo que no tiene nombre, fundó una de las sendas de su expedición en el arte. Pero también de tantas obsesiones que no calmó la violencia del martillo, el fuego líquido de la fundición, la carnadura de la piedra. En un texto inédito dedicado al pensador y poeta alemán Johann Wolfgang von Goethe habla también de otra de las constantes de su pensamiento: la luz. "La casa de un hombre como Goethe no podía tener cubierta, la luz que él buscó será su techo". Consideraba la luz y el espacio hermanos gemelos del tiempo.

Y también son reveladoras las ideas que deja en una hoja sobre el proyecto de Tindaya: "En este momento se está estudiando la posibilidad de que una montaña de la isla de Fuerteventura, en las Islas Canarias, pueda acoger un gran espacio en su interior. Si la aventura es posible, tendrá tres comunicaciones con el exterior. Dos de ellas buscando la luz del sol y de la luna, y la tercera abierta hacia el oeste, hacia la mar. El horizonte, otra vez inalcanzable". Y como postdata de ese documento deja una idea flotando, extraña, feliz y agónica: "¿No será el horizonte la patria de todos los hombres?".

Porque Educardo Chillida no sólo llegó a una especie de libertad extraordinaria en sus piezas, sino que la amplitud masiva de su pensamiento era una extensión más de su lenguaje plástico. Los materiales imponen sus propias iniciativas, pero pensar el alcance de lo inalcanzable era para el artista la más extraordinaria opción de libertad, que de algún modo es estar siempre con un pie en el aire.

Carta manuscrita de Eduardo Chillida.

Resulta difícil comprender al completo la galaxia psíquica y creativa de Eduardo Chillida lejos también de su palabra (de su palabra escrita). Y desde ahí se llega a la importancia en su obra que tiene la música (Bach y Mozart, sobre todas las cosas), el mar, el movimiento, la arquitectura, el poema, Dios y sus sombras. La exposición que acoge esta segunda etapa de Chillida-Leku incide además en ese otro costado de la aventura creativa del escultor, en aquello que lo conectaba con la duda y la filosofía, con el ensueño de lo inconcreto como formulación de la abstracción. En ese aspecto cruzaba con algunos compañeros de viaje preocupaciones, desconciertos, desamparos. Una de las cartas que le envía el pintor Pablo Palazuelo desde París da cuenta de las dudas que Chillida se planteaba en los primeros pasos de su trayectoria. Dice Palazuelo: "Querido Eduardo, te veo en tu garajillo trabajando y pasando frío. No te apures si al principio no salen las cosas. Yo estoy tan seguro como siempre de que saldrán hermosas y emocionantes. Ten paciencia, ya ves, yo trabajo mejor desde que sé que tú has empezado y estoy más cerca de ti. ¿Verdad que cuando se piensa tenemos mucha suerte?...".

Este sugerente material, en parte aún desconocido, apuntala lo mucho aún por descubrir en la recuperación del sueño mejor soñado del artista vasco, su Chillida-Leku. Una forma de incidir en todas esas interrogantes que el escultor resolvía mediante el hecho de su obra, pero también mediante la escritura. Fue un excelente lector. Se preguntaba y se respondía en la duda, nunca en la certeza. La obra de Chillida es también una enorme cuestión abierta. Y la belleza que busca es el último lugar de la inocencia.

El 17 de abril, cuando los primeros visitantes vuelvan a pisar la campa que lleva al caserío de Zabalaga, la obra de Chillida recuperará uno de sus muchos motivos: ser un espacio de encuentro, de reflexión, de estancia y tránsito. "Sé que dentro de mí hay estabilidad", decía. "Pero no me conformo con eso, sigo buscando. Es lo que me mantiene vivo (...) Pienso que ese es el único camino para conectar con los demás. En realidad, todos somos muy parecidos y lo que a mí me emociona les hará vibrar también a los otros hombres".

De algún modo, esa fue la vocación originaria de aquella sospecha arrebatada que sintió al ver por vez primera lo que sería Chillida-Leku. Algo más que un depósito de esculturas. Algo más que un bosque multiplicado. Algo más que un espacio con puertas. Algo más que todo lo pensado. Pues nace del entusiasmo, de lo improbable, de lo posible, de la desorientación y del hallazgo, materiales con los que levantó a pulso su obra.

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