Carlos Carrazana: artesano del pan

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Carlos Carrazana Carrazana es uno de los hombres más importantes de El Naranjo, y es como debe ser, porque el panadero madruga más temprano que todos y es el último en acostarse cada día. Ahora tiene una unidad como nueva, enchapada en cerámica, con su horno que quema leña, recubierto y hermético, un valor agregado para ese pan calentico, con sabor ecológico.

“Hace 14 años que soy panadero. ¿Qué cómo aprendí? Sobre la marcha y por necesidad. Llegué a Cienfuegos con 17 años, soy nacido en Guisa, provincia de Granma. Recién graduado de Construcción Civil de un politécnico me ubicaron en la Central Electronuclear (CEN), de Juraguá, y al cabo de cinco años fui llamado al Servicio Militar, destinado al Ejército Juvenil del Trabajo (EJT), y como la primera ubicación fue en una unidad acá arriba, ya no bajé nunca más de estas lomas”.

Sobre los apellidos, que no son tan comunes como un Pérez, González o Hernández, comenta: “Es que mis padres son primos hermanos”, dice y sonríe.

Carlos Carrazana Carrazana llegó a El Naranjo en su período de servivio militar y nunca más se fue de la serranía. /Foto: Juan Carlos Dorado
Carlos Carrazana Carrazana llegó a El Naranjo en su período de servicio militar y nunca más se fue de la serranía. /Foto: Juan Carlos Dorado

“Aquí se trabaja duro. Somos dos en la panadería y hacemos más de mil unidades diarias. Cuando amanece ya la producción está lista para ser distribuida a la bodega, la cafetería, los campamentos del EJT y para la merienda escolar. Y cuando tenemos materia prima suficiente, preparamos queques y otras variedades, porque acá arriba las ofertas no abundan e inventamos con lo que se pueda.

“¿Ves esa máquina sobadora?, es rusa, y hasta me recuerda la CEN; lleva toda la vida aquí en la panadería, que por cierto, la construyeron los mismos pobladores de El Naranjo, allá por los 80, según me cuentan. Claro, ya ese artefacto tiene tantos inventos que no se sabe cuál es su origen, pero trabaja. Las condiciones de trabajo han mejorado, ahora, además de un nuevo techo y el enchape, tenemos el baño.

“¿La leña? La traen los campesinos y hasta nosotros mismos si la cosa se pone mala, porque lo que sí le puedo asegurar es que aquí se amanece con pan todos los días, no digo yo, llueva, truene o relampaguée. Somos almaceneros, estibadores, leñeros y panaderos. Mi mujer es ama de casa, pero durante la cosecha del café trabaja en la agricultura o en cualquier otra labor que aparezca, porque la cosa no está fácil, tenemos dos hijos.

“Mire, pruebe este pan”, dice y se me queda mirando, así como esperando una expresión de aprobación, tal cual el artista que pregunta si su obra es buena, a sabiendas de que es un maestro. Y yo, que soy toda una experta en la materia de catar productos nacidos de la harina de trigo y con el antecedente del pan de mi bodega de estos días, casi atragantada, apruebo con la cabeza, y en verdad es muy bueno el producto nacido de aquel engendro de sobadora y cocido en un horno que asemeja el de una isbá rusa de la Siberia en tiempos de Pedro El Grande.

“A las 3:00 de la mañana ya estamos en pie, ni los gallos se levantan tan temprano acá arriba”, dice y sonríe con timidez Carlos Carrazana al cuadrado, quien quizá no sepa en su magnitud exacta lo importante que resulta un panadero para la sociedad, mucho más allí en El Naranjo, por su difícil acceso. Él es un maestro, sin dudas, y un artista, el artesano del pan entre aquellas lomas.

Parece una casita, pero no, es la panadería El Naranjo./Foto: Juan Carlos Dorado
Parece una casita, pero no, es la panadería El Naranjo./Foto: Juan Carlos Dorado

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Magalys Chaviano Álvarez

Periodista. Licenciada en Comunicación Social.

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