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Cadena, cofre y maldición: así se combatía el robo de libros en la Edad Media

AutorAlfredo Álamo el 16 de noviembre de 2018 en Divulgación
  • Los libros eran una posesión escasa y de gran valor.
  • La lucha con los ladrones llevó a usar la imaginación.

Manuscrito medieval.

Tener un libro era símbolo de estatus en la Edad Media. Hay que tener en cuenta que solo una pequeña parte de la población sabía leer, y de esa parte no todos tenían la capacidad económica suficiente como para tener más de cuatro o cinco libros. Las grandes bibliotecas eran cosa de monasterios, palacios y castillos. Así pues, no es de extrañar que se convirtieran en un objetivo muy apetecible para los ladrones, ya que su valor, hoy en día, se asemejaría, por ejemplo, al de un coche.

¿Cómo podía entonces defenderse de los ladrones el afortunado propietario de una biblioteca? Bien, existían varios métodos, cada cual con sus pros y sus contras. Todavía hoy podemos encontrar alguno de estos sistemas en antiguos monasterios o bibliotecas medievales que han sobrevivido.

Las cadenas.

Sí, un método físico que nunca decepciona. Es poco sutil, pero sirve para avisar a los ladrones de que lo van a tener difícil. Pasear por una biblioteca de libros encadenados da la sensación de estar visitando el ala prohibida de Hogwarts, con un continuo tintineo de fondo que debía ser lo habitual en casi todas las bibliotecas medievales.

Para conseguir un libro encadenado hacía falta fabricar unas cubiertas de madera donde atornillar la cadena, o bien pasarla por dentro del hueco del lomo. En cualquier caso, hacía difícil el robo del libro, pero no imposible. Se podía conseguir la llave de las cadenas, o también arrancar la parte encadenada. Sería como romper la ventanilla de un Ferrari para poder robarlo.

Los cofres.

Además de encadenar los libros, otra costumbre de las grandes colecciones era meterlos en cofres especialmente fabricados para su almacenaje. Podían contener cuatro o cinco baldas y se cerraban bajo llave. No era raro que los libros dentro del cofre estuvieran también encadenados. Tal era el miedo a que los libros desaparecieran.

Algunos de estos cofres no eran más que meras cajas de madera, pero otros, mucho más sofisticados, tenían varias cerraduras. La idea era doble: por un lado, los libros pesaban tanto dentro del cofre que era imposible llevárselo y a la vez trataban de hacer muy difícil que se pudiera abrir. Estos cofres eran similares a los que usaban para guardar joyas y otros objetos valiosos.

Las maldiciones.

De todas las maneras de guardar libros, esta es mi favorita, aunque probablemente no tuviera tanta efectividad como se esperaba. Aunque, todo hay que decirlo, la superstición y el miedo a lo sobrenatural eran cosas presentes en la sociedad medieval. Por eso hay de todo, tanto las menciones a la excomunión directa del que robara un libro a las más bestias, que ofrecían todo tipo de desgracias al que se llevara un volumen que no era suyo.

Estas maldiciones medievales estaban escritas en latín, en lengua popular e incluso esta tradición se extendió a otros idiomas, como el árabe. La mayoría de las maldiciones estaban presentes en libros donados por autoridades o que habían sido copiados con gran esmero; está claro que eran especiales y querían disuadir a cualquiera de apropiárselos.

En cualquier caso, las maldiciones no eran más que probar suerte para ver si no robaban, un órdago optimista que es comparable con las anotaciones que pedían, por favor, que, si el libro se había extraviado, lo devolvieran a su legítimo dueño.

Vía: Medieval Books

Alfredo Álamo

(Valencia, 1975) escribe bordeando territorios fronterizos, entre sombras y engranajes, siempre en terreno de sueños que a veces se convierten en pesadillas. Actualmente es el Coordinador de la red social Lecturalia al mismo tiempo que sigue su carrera literaria.

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