El campo de concentración de Mauthausen fue un grupo de campos nazis situados en torno a la pequeña localidad austriaca de Mauthausen. Construido inicialmente como un único campo para albergar a los alemanes y austriacos opositores al régimen y a los etiquetados como «criminales o «antisociales» tras la anexión de Austria en 1938, con el estallido de la guerra se construyeron varios campos más hasta convertirlo en un complejo que acogía a prisioneros, hombres y mujeres, traídos de toda Europa. La elección de Mauthausen para el establecimiento de estos campos no fue al azar, se debió a las canteras de granito ubicadas en la zona y para las que iban a tener mano de obra muy barata y que podrían»renovar» sin problemas. Además de las deplorables condiciones de cualquier otro campo (hambre, enfermedades, experimentos, torturas…), los prisioneros de Mauthausen fueron explotados para trabajar en fábricas de armamento de los campos auxiliares y para extraer la piedra necesaria que permitiría la construcción de los proyectos megalómanos de Hitler. Cuando las fuerzas de los prisioneros comenzaban a flaquear -trabajaban hasta la extenuación con apenas alimento y ningún tratamiento médico-, se enviaban al campo principal para ser gaseados y se reemplazaban por otros nuevos. Cuando el 5 de mayo de 1945 el ejército de los Estados Unidos liberó a unos 40.000 prisioneros que quedaban en Mauthausen, se encontraban tan debilitados que muchos aún murieron semanas después de la liberación. Aunque es difícil cuantificar el número de víctimas, se estima que de casi 200.000 prisioneros que pasaron por allí durante siete años en aquel complejo murieron casi la mitad.

Liberación de Mauthausen

De los más de 7.000 españoles que pasaron por aquel campo, en su mayoría republicanos refugiados en Francia tras la Guerra Civil y, más tarde, como miembros de la resistencia de los países ocupados, casi 4.000 murieron. Los que lograron soportar aquel infierno se organizaron y, con el paso del tiempo, consiguieron desempeñar trabajos especializados, como albañiles, peluqueros, intérpretes o fotógrafos. De esta forma, tenían más posibilidades de sobrevivir que si hubiesen seguido trabajando en las canteras. Dos de aquellos «afortunados» fueron el barcelonés Francesc Boix Campo y mi paisano el turolense Manuel Rifaterra Aguilar.

Francesc Boix Campo

Francesc, fotógrafo nacido en Barcelona, fue el preso nº 5185. Como miles de republicanos se exilió a Francia tras la Guerra Civil y en la primavera de 1940 fue capturado por los nazis y llevado a Mauthausen a comienzos de 1941. Gracias a su profesión consiguió pronto salir de las canteras y comenzar a trabajar en el laboratorio fotográfico del campo donde se hacían las fichas de los prisioneros. Con acceso al material fotográfico, y jugándose la vida, Boix se dedicó a fotografiar el día a día del campo y a los responsables de aquel infierno. Gracias a la organización clandestina creada por los españoles consiguió ocultar casi 2000 negativos para que el mundo conociese la cruda realidad del campo y de las prácticas de exterminio. Las fotografías que lograron salvar fueron determinantes para condenar a altos cargos nazis en los juicios de Núremberg de 1946. Boix también declaró en el proceso celebrado contra 61 acusados de crímenes en Mauthausen.

Francesc Boix

Tras su liberación en Mauthausen, Boix trabajó en Francia como reportero gráfico y falleció en París con apenas 30 años, probablemente debido a una enfermedad relacionada con su paso por el campo. El 16 de junio de 2017 los restos mortales del fotógrafo de Mauthausen fueron exhumados de la humilde y escondida tumba del camposanto de Thiais y fueron enterrados con honores en el cementerio del Père Lachaise.

Estas son algunas de aquellas fotografías:

Manuel Rifaterra Aguilar

Manuel, albañil nacido en Alcorisa (Teruel), fue el preso nº 6726. El camino de Rifaterra hasta Mauthausen fue el mismo que el de Boix. E igualmente su profesión le permitió abandonar las canteras y formar parte de las cuadrillas que construían los edificios e infraestructuras necesarias en los diferentes campos, como la llamada «Escalera de la Muerte«.

Varias veces durante el día, los prisioneros eran obligados a llevar grandes bloques de piedra, a menudo con pesos de hasta 50 kilos, desde la cantera hasta el exterior, y para ello debían subir los 186 escalones de esta escalera. Con frecuencia, los prisioneros agotados caían desplomados y soltaban su carga, la cual rodaba hacia abajo creando un efecto dominó y aplastando a los siguientes prisioneros. Y Manuel fue uno de los encargados de realizar aquella escalinata que descendía hasta el infierno y en la que todos los días morían compañeros. Viendo el sufrimiento de los prisioneros de las canteras, decidió hacer algo para salvar a todos los que pudiese. Tirando de su posición de cierta autoridad entre los albañiles, con artimañas y engaños consiguió que las cuadrillas de prisioneros que trabajaban en la escalera fuesen mucho más numerosas de lo necesario y, además, elegía para formarlas a los más débiles, aunque no conociesen el oficio. De esta forma, conseguía sacarlos de una muerte segura si seguían trabajando en las canteras.

Tras la liberación, Manuel Rifaterra se quedó a vivir en las cercanías de París. Por la casa del «Maño» fueron pasando muchos de los camaradas a los que salvó la vida para darle las gracias. En 1979 falleció en la localidad francesa de Permain.

Manuel Rifaterra Aguilar

Esperando la película que rinda homenaje a mi paisano, os recuerdo que el próximo viernes 26 de octubre se estrena la película «El fotógrafo de Mauthausen«, biopic de Francesc Boix dirigida por Mar Targarona y protagonizada por Mario Casas. Y gracias a Filmax y Norma Editorial vamos a sortear 4 packs formados por 1 entrada doble postestreno (válida para cualquier cine de España) y 1 cómic de «El fotógrafo de Mauthausen«, de Salva Rubio, Pedro J. Colombo y Aintzane Landa entre todos los que comenten y compartan este artículo antes del martes a las 10 de la noche.

Fuentes: Mauthausen Memorial, El albañil y la escalera de la muerte