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Cristina Losada

'Deslazificación'

La ocupación permanente del espacio público, sedes de instituciones incluidas, es inaceptable.

La ocupación permanente del espacio público, sedes de instituciones incluidas, es inaceptable.
Una 'brigada de limpieza' de lazos amarillos. | Cordon Press

Circula un tuit que ha reunido fotos de los momentos estelares de los lazis. Es instructivo verlas. No será fácil encontrar ahora mismo otras estampas más grotescas. Una muy impresionante, en ese sentido, es la de un hombre que camina por el monte metido dentro de una jaula de barrotes amarillos. Pero hay otras muchas: grupos de señoras tejiendo a ganchillo larguísimas estolas biliosas; hombres con la barba teñida en ese tono; personas procesionando con capirotes amarillos; otras totalmente envueltas en vendas de plástico amarillo cual momias; mujeres cubiertas con lazos amarillos gigantescos, que sacan la cabeza por el óvalo; árboles de Navidad cuyo único y antiestético adorno son los lazos de marras; estatuas vestidas con capas y sombreros amarillos de ganchillo, quizá tejidos por las señoras mencionadas; puentes y fuentes invadidos por la bilis de plástico y hasta campos de viñedos atacados por la plaga de los lazos.

Los casos pintorescos muestran bien los extremos a los que pueden llegar personas que, como suele decirse, parecen muy normales, cuando se dejan llevar por la histeria política y la política histérica. Pero luego están las estampas de la vida amarilla más frecuentes en las calles, parques y playas, que los lazis ocupan con su simbolismo cutre de manera invasiva. Son éstas las problemáticas. Los individuos son libres de disfrazarse y hacer el ridículo, sea metiéndose en jaulas, vendándose como momias o poniéndose fregonas amarillas en la cabeza. Pero la ocupación permanente del espacio público, sedes de instituciones incluidas, es inaceptable. Aunque, por otro lado y desde su lado, esa ocupación y esa apropiación son lógicas. De lógica perversa. Son la extensión visible de la creencia política del nacionalismo catalán de que Cataluña es de su propiedad.

El colérico activismo de los lazis dura ya meses, prácticamente desde que la Justicia dictó prisión provisional para los golpistas que no se dieron a la fuga, y no tiene pinta de amainar. Al revés: van a perseguir y sancionar a los ciudadanos que retiren escoria amarilla de la vía pública. El Gobierno regional ha dado orden a la policía autonómica de que actúe contra esos ciudadanos, esto es, de que actúe como una policía política, y ya dispone de la identidad de catorce deslazificadores.

Ese sostenido amarillismo, esa persecución contra los disidentes y esa porfía en el lazismo se da por hecho que responden a la conducta habitual del nacionalismo catalán, y es verdad. Pero hay algo nuevo o algo más de lo que dar cuenta. Algo que se percibe si uno, en lugar de preguntarse por qué lo hacen, se pregunta qué harían si no lo hicieran. ¿Qué sería del separatismo si no se dedicara a una frenética actividad que llene el vacío dejado por el fallido golpe de octubre? Todo cuanto hacen los cabecillas y los seguidores por mantener alta la temperatura del enfrentamiento está destinado a servir de sustituto y sucedáneo de la rebelión fracasada.

Al fallar la profecía de la independencia, aunque fuese una profecía que pocos independentistas tomaron realmente en serio, los creyentes, incluso creyentes tan poco dispuestos a correr riesgos como éstos, se emplearon a fondo para reafirmarse en su creencia política. Es lo que suele ocurrir en casos así. El modo de mitigar el efecto del encontronazo con la realidad, de acallar posibles dudas, de reducir la disonancia cognitiva, es redoblar los esfuerzos por sostener y extender la creencia. El apoyo de un grupo es, en ello, fundamental. Sin esa red social, activa, movilizada y vigilante, el creyente flaquearía y podría, ¡quién sabe!, abandonar y hacer algo de provecho.

La plaga de los lazos mantiene prietas las filas y cerradas las mentes de los separatistas. Tan cerradas que son incapaces de apreciar, no ya los defectos políticos de sus creencias y conductas, que eso es pedir demasiado, sino el ridículo que hacen. De ahí que sea tan necesaria y urgente, incluso por su bien, esa labor de deslazificación que llevan a cabo, de forma desinteresada y pese a los riesgos, tantos cívicos ciudadanos de Cataluña.

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