JORGE CASANOVA 19 de enero de 2018
Óscar
tiene 45 años y una voz clara y convincente. Durante
años gestionó un gran almacén de una de las empresas más importantes de Venezuela:
«Teníamos una vida encarrilada», recuerda. Su mujer, descendiente de gallegos,
también tenía una actividad profesional cualificada y ambos vivían en una
bonita casa de una urbanización caraqueña con sus hijas pequeñas: «Un
día entraron en nuestra casa y nos robaron a mano armada. Nos tuvieron
encañonados durante tres horas. Metieron un camión en la casa y se lo llevaron
todo». Hace una pausa, quizás para que imagine el cañón de un arma frente a
su pecho y el de sus hijas. «Nos mudamos. Buscamos una urbanización más segura
y, dos años después, una noche se encendieron las luces de casa a las
tres de la mañana». Otra vez los gritos, las armas, las amenazas...
«Esta vez se llevaron las cosas en nuestros propios carros». Óscar entendió que
no había alternativa: «Que nos mudáramos donde nos mudáramos no íbamos a estar
seguros, que solo era cuestión de tiempo». Así que la familia recogió
lo que pudo y se vino a España. La peripecia no ha sido sencilla. No han
podido vender sus propiedades en Venezuela donde muchos venden y pocos compran.
Tuvieron que salir por tierra hasta Panamá y desde allí un vuelo a Madrid.
Reconstrucción
Ahora,
Óscar es uno de los venezolanos que intentan reconstruir su vida con la
ayuda de Alma Llanera, el colectivo que da apoyo al nutrido grupo de gallegos
de primera, segunda o tercera generación que siguen llegando de la ruina
venezolana.
Muchos
de ellos trabajaron durante sus buenos años para levantar aquel país que ahora
no les paga la pensión, aunque no lo admite, de manera que hay cientos de
retornados sin ingresos porque Venezuela no paga y España no siempre se
da por enterada: «Cuando vamos a pedir ayudas les dicen que ya cobran
pensión, pero Maduro no paga desde diciembre del 2015», explica José Reza, el
coordinador del colectivo. Él tuvo que pelear duro en los tribunales para que
le admitieran una ayuda de 600 euros. Su camino es el que persiguen otros
refugiados. Antonio Ferreira y Fina son un matrimonio recién llegado.
El tiene 72 años y su mujer 54. Los últimos los pasaron sobreviviendo en
San Bernardino. Antonio ofreciendo café a los automovilistas en los atascos y
Fina como conserje. Allí sí cobraban la pensión: 230.000 bolívares. Parece
mucho, pero ese era el coste, por ejemplo, de cuatro kilos de arroz. Por eso
tenía que repartir café en los atascos. Ahora viven con su hija, María
Luisa, y su mujer en una casa de aldea que les ha cedido la familia de Fina.
Ambos dicen que están dispuestos a trabajar. Lo necesitan.
Hay
muchos casos como el suyo, miles ya en Galicia. El de Antonio Nieto, por
ejemplo, que a sus 82 años sobrevive gracias a Cáritas y otras
instituciones después de cotizar durante 56 años en Venezuela. Los apuros
no le han borrado el buen humor, porque Antonio ríe con frecuencia. Pero su
situación es dramática: «Nunca pensé que me vería así».
No
todos los casos son iguales. Amarelis, que tiene 57 años, pasó sus
mejores años casada con un gallego en la isla Margarita. Pero tuvo que salir:
«Es que no se puede ir por la calle». Prefiere el clima frío de Ourense que
el sinvivir de la isla, aunque no hay día en que no piense en regresar a su
bonito apartamento del Caribe.
Y así cada día van llegando al local los expulsados de lo que un día fue un
paraíso y hoy es poco más que una ruina. Galegos de primera, segunda o tercera
generación. La mayoría habría preferido quedarse allí, pero llega un momento en
que no se puede.
La
Xunta habilita 2,2 millones de ayuda
Venezuela
se ha convertido en la principal diana de la ayuda de la Xunta hacia el
exterior. Para el presente ejercicio, la secretaría xeral para a Emigración
tiene previsto dedicar 2,2 millones de euros, la mayoría para retornados,
aunque también con intervención directa en el país sudamericano. El año pasado,
este departamento dedicó 600.000 euros a atender las demandas de los gallegos
retornados desde Venezuela. Otras ayudas fueron canalizadas a través de becas para
estudiantes o para la creación de nuevas empresas por parte de retornados.
Para
la ayuda directa al país, Emigración prepara el envío de fármacos por
un valor de 150.000 euros para su distribución entre gallegos que
estén en una situación sanitaria especialmente delicada. En total, alrededor de
2.500 gallegos en Venezuela reciben algún tipo de prestación por parte de la
secretaría xeral.
La
gallega es la segunda comunidad de origen español en importancia de las
asentadas en Venezuela. De acuerdo con el último padrón
del INE, residen en
el país sudamericano 43.975 personas de origen gallego, de los que 28.052
nacieron ya en fuera de España. Según la asociación Alma Llanera, en Galicia
alrededor de 3.800 retornados han llegado a Galicia en los últimos cinco años.
En torno al 20 % no recibe la pensión de Venezuela.
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