Andrés Romero Cuesta 11 de diciembre de 2017
@kienyke
us manos
tejen con la agilidad de alguien que lleva más de 20 años en el oficio. Su
trabajo es uno de los más valorados de la región. Antes, todo era incertidumbre
y zozobra, ahora disfruta de las mieles del amor y de un gran reconocimiento
por su labor como artesana. Esta es la historia de Yolanda Landaeta, una
venezolana que encontró en Popayán su lugar en el mundo.
Yolanda,
al igual que miles de venezolanos, llegó a Colombia huyendo de la crisis que en
este momento está sacudiendo a su país. Con una mano adelante y otra atrás,
pero con unas ganas enormes de salir adelante, esta mujer de 31 años estaba
dispuesta a lo que sea (en el buen sentido) con tal de no dejarse vencer por la
adversidad.
Es
matemática pura de profesión con enfoque en astronomía de la Universidad de los
Andes de Venezuela. Sin embargo, sabía que, al llegar a Colombia, difícilmente
podría encontrar empleo en lo que estudió, por lo que decidió echar mano a esa
pasión que le inculcaron sus padres y que en principio solo veía como un hobby,
las artesanías.
Ya en
Popayán, con lo poco que tenía, compró materiales para comenzar a trabajar en
sus manualidades. Sabía que no la tendría nada fácil, pues el departamento del
Cauca es un lugar lleno de artesanos, por lo que debía buscar ese algo que la
diferenciara de los demás.
Yolanda
es una persona metódica, no deja nada al azar, pero a su vez, es agradable,
conversadora y fanática de la gastronomía payanesa, esa que fue reconocida por
la Unesco en 2005. Esa disciplina la llevó a emprender un recorrido por el
municipio con el fin de identificar qué tipo de manualidades se fabricaban, y
descubrió que la técnica que le había enseñado su abuela, no se conocía en la
región.
“Vi
que en Colombia muy pocos artesanos dominaban la técnica francesa del soutache.
En Venezuela está muy de moda desde hace algún tiempo y por eso, mi abuela me
la enseñó, en Popayán no vi accesorios de ese tipo, así que decidí que ese
sería mi fuerte”.
Rápidamente
su negocio fue creciendo. Comenzó vendiendo de puerta en puerta y ahora tiene
un imponente local. No duda en señalar que esto se debe a sus ganas de salir
adelante. Contrario a los miles de casos de jóvenes que tienen un título
universitario y son cuestionados por sus padres al intentar descubrir otras
facetas, sus familiares son los más orgullosos por lo que ha logrado, ya que ha
tenido la oportunidad de llevar a otro país toda su tradición cultural.
Otro
de los impulsos que recibe a diario es su esposo, un payanés a quien conoció en
Venezuela mientras estudiaba y con el que, tras dos años de sostener una
relación a distancia, la motivó a venir a Colombia a emprender.
Landaeta
se declara como una eterna agradecida con Colombia. Las autoridades la han
tratado de maravilla, los payaneses aún le siguen dando la bienvenida, mientras
que los demás artesanos (su competencia) la ayudan en todo lo que pueden.
“Contrario
a lo que muchos venezolanos dicen, nunca he sufrido de xenofobia, todos me han
tendido la mano. Por eso mi recomendación a todos mis compatriotas es que
respeten esta tierra, bajémonos de la nube de que somos más que los
colombianos, no nos victimicemos, estamos en un país en el que si queremos
emprender nos apoyan”.
Gracias
a ese éxito que ha tenido, espera poco a poco irle tendiendo la mano a los
suyos. El primero será su hermano, quien en marzo llegará a Colombia con la
idea de emprender. Sin embargo, allá están sus padres, hermanos, tíos y primos,
con los que cada vez que habla sobre la situación de su país, siente que le
mienten para no preocuparla.
A
pesar de que en este momento vive de las artesanías, Yolanda no olvida su gran
pasión, las matemáticas. De vez en cuando dicta clases particulares y sueña con
algún día volver a tener la oportunidad de ejercer su profesión en Colombia, ya
que es enfática en afirmar que así mejore la situación en su país, en Popayán
encontró su lugar en el mundo.
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