"Pretendiendo amar a Catalunya se han amado en realidad a sí mismos"

José I. González Faus, sj: «Hemos visto a los gobernantes catalanes masturbando a su pueblo»

"Las elecciones del 21D no arreglarán nada. La lista de daños colaterales es enorme"

José I. González Faus, sj: "Hemos visto a los gobernantes catalanes masturbando a su pueblo"
Con Cataluña, "hay amores que matan" Agencias

Las banderas sólo valen algo cuando están fuera de nosotros como una llamada; cuando nos envolvemos en ellas y nos vestimos con ellas, las hemos prostituido convirtiendo lo que debía ser un amor oblativo en un amor posesivo

(J. I. González Faus, sj).- Hay amores que matan. Muchos independentistas han dado buen ejemplo de eso. Pretendiendo amar a Catalunya se han amado en realidad a sí mismos, o a su idea particular de Catalunya; pero no a la Catalunya real.

Si se me permite decirlo de manera brutal pero bien gráfica, hemos visto a unos gobernantes no simplemente engañando (eso lo hacen por desgracia todos los políticos), sino masturbando a su pueblo. Y se merecen que el pueblo, como la Amaya de Mocedades, les vuelva a cantar aquello de «tu beso sabe a culpabilidad».

Las últimas declaraciones de Mas y ERC son como para sentir vergüenza ajena. Reconocer ahora que no estaban preparados, que puede haber otras posibilidades de encaje, que están examinando si los medios empleados eran los correctos, o alegar que el pueblo ya sabía que no tenían ejército y demás etcéteras, no es, como pretenden hacernos creer, «un ejercicio de sana autocrítica», sino una manera de buscar excusas para no llamar a las cosas por su nombre.

Vale para ellos el mismo argumento que vale para Rajoy respecto a la corrupción del PP: si lo sabían, han mentido y no merecen gobernar; si no lo sabían, son unos ignorantes incompetentes, que tampoco merecen ocupar cargos de responsabilidad.

Por si eso fuera poco, la lista de otros «daños colaterales» es enorme. Reconstruir la convivencia entre familias, grupos y amistades rotos por la cuestión independentista, llevará mucho tiempo.

Además, hemos asistido impávidos a un descenso salarial del 6%, al drama de los niños inmigrantes durmiendo en los pasillos del centro donde estaban y a otros dramas mucho más graves, olvidados gracias a la pelea independentista. Esta ha servido también para blanquear la inmensa mugre monetaria de la corrupción del PP, y para dar votos a Rajoy.

Por último hemos asistido al absurdo de que mientras las gentes del pueblo se peleaban entre ellos, los políticos «fingían» pelearse sabiendo que se necesitaban entre sí porque se estaban dando votos unos a otros: Rajoy a los independentistas y estos a Rajoy.

Tarradellas dijo una vez que «en política se puede hacer todo menos el ridículo»; y eso exactamente es lo que han hecho muchos a su querida Catalunya, por buscarse a sí mismos al quererla a ella.

Buena parte de esta crítica vale también para el PP catalán y para Ciudadanos, eufórico ahora por el crecimiento que le auguran las encuestas. La intolerancia radical y dogmática que han mostrado en toda esta tragicomedia, negándose incluso a aceptar la solución de un referéndum pactado, es otra forma de amarse a sí mismos diciendo amar a su país.

Por eso, unos y otros deben aprender ya que esa tierra a la que dicen amar tiene exactamente otra mitad de su población cuyas posiciones distan años de luz de las propias, que son tan catalanes como ellos y tienen pleno derecho a pensar como piensan.

En este contexto, amar de verdad a Catalunya significa para un independentista amar también a los de Ciudadanos; y para uno de Ciutadans significa amar también a los independentistas. Si en lugar de eso nos dedicamos a ponerles etiquetas excluyentes («fachas», racistas, etc.), estaremos simplemente haciendo daño a Catalunya.

Por supuesto, amar al otro no significa amar ni aprobar todo lo que él hace. Pero sí implica saber que el otro está ahí y que tiene derecho a pensar como piensa, igual que lo tengo yo a pensar como pienso. Y, por tanto, sólo si nos decidimos a mirarnos, a respetarnos, a encontrarnos y a dialogar podremos construir una tierra madre para todos.

De lo contrario, Catalunya se irá pareciendo a un partido entre el Barça y el Madrid, al que no asisten ya aficionados al fútbol sino sólo forofos ciegos de cada equipo: «ultrasurs» y «boixos nois», y donde además no estamos muy seguros de que el árbitro sea imparcial… Lo que podría suceder ahí es fácil de imaginar.

Las elecciones del 21D creo que no arreglarán nada de todo esto, aunque puedan normalizar algunos procedimientos; pero ni disolverán los odios ni pondrán la fraternidad y el diálogo por encima de todo.

Si algún españolista ha leído hasta aquí, quizá dándome la razón, párese un momento y pregúntese si su presunto amor a España no peca de las mismas impurezas que acabo de denunciar. Las banderas sólo valen algo cuando están fuera de nosotros como una llamada; cuando nos envolvemos en ellas y nos vestimos con ellas, las hemos prostituido convirtiendo lo que debía ser un amor oblativo en un amor posesivo. Todos llevamos dentro un pequeño «Luis XIV» dispuesto a repetir «l’Etat c’est moi», o «l’Espagne c’est moi» y así sucesivamente.

2.- A pesar de todo lo anterior, quiero añadir que la cosa es más normal de lo que parece. Lo que hemos vivido no es una muestra ni de cómo son los catalanes ni de cómo son los españoles, sino una muestra de lo que es nuestra pasta humana.

Por las fechas en que ha sucedido, lo he ido viviendo en correlación con lo que fue la Reforma de Lutero. Y me ha parecido encontrar los mismos protagonistas en ambos casos, ayer y hoy: una autoridad central que posee la razón de la ley pero cuyas conductas la desautorizan; un afán reformador que carece de medios y se ve llevado a utilizar otros medios que desautorizan su misma reforma; y una CUP que (en aquel siglo XVI) fueron los de Tomas Müntzer: el grupo que, en teoría, tenía más razón que todos los demás pero que, en cuanto comenzaron a actuar, lo hicieron de manera tan desastrosa que destruyeron toda la razón que tenían.

Hasta me puedo imaginar al PDECat gritando como Lutero contra ellos: «¡Que los maten! Que si tienen algo bueno ya se lo premiará Dios»…

Pues bien: hoy en día resulta trágico que hayan sido necesarios cinco siglos para comprender que somos hermanos en la fe, que el Cristo que nos une es más grande que todo lo que nos separa y que, más que una cuestión de verdades y falsedades, lo que hubo fueron parcialidades totalizadas por cada una de las partes. Pero esa es nuestra pobre pasta humana.

Y, sin embargo, tampoco eso es todo: una de mis experiencias más positivas en la vida ha sido el trabajar en un Centro donde, somos diferentes, no pensamos todos igual y no siempre se resuelven las cosas a mí gusto…, pero estamos acostumbrados a escucharnos siempre y, a la larga, todos sacan lo mejor del otro.

Hoy, en España y Catalunya, se está creando un tipo de relaciones donde casi todos sacan lo peor del otro. Pero esto ¡puede cambiar! Porque nosotros no somos mejores sino de la misma pasta que ellos. Ojalá no san necesarios otros cinco siglos para ello.

3.- Por eso, no estaría mal recordar a los gobernantes unas enseñanzas del libro bíblico de La Sabiduría (que algunos han calificado como «el primer tratado de teología política):

– el poder (igual que la riqueza) son propiedad de Dios.
– Quienes los detentan son sólo administradores, no propietarios.
– Por eso han de administrar de acuerdo con la voluntad de Dios (quienes no crean en Dios, pongan en su lugar «la Justicia» que es una de las designaciones bíblicas preferidas para Dios).
– Porque, en definitiva, todos ellos son pasajeros y mortales, mientras que «la Justicia es inmortal» (1,15).


Te puede interesar

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA
Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

Lo más leído