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Miguel Ángel Bastenier, único como maestro

Impregnaba desde hace 31 años la Escuela de Periodismo UAM-EL PAÍS de su gran conocimiento

Bastenier, durante una clase de corrección en la Escuela de Periodismo de EL PAÍS en 2015.
Bastenier, durante una clase de corrección en la Escuela de Periodismo de EL PAÍS en 2015. carlos rosillo

Era único. Como periodista, como profesor y como persona. Por eso era habitual que los alumnos empezaran acudiendo a sus clases con un indisimulado recelo que luego la mayoría convertía en admiración absoluta y duradera. Porque Bastenier —nadie le llamaba por su nombre— destilaba personalidad. Profesor en la Escuela de Periodismo UAM-EL PAÍS desde prácticamente el inicio, hace ya 31 años, impregnó el aula de su gran conocimiento sobre política internacional y de su amor por el buen uso del castellano. Y, de paso, de periodismo deportivo, de política nacional, de análisis de prensa anglosajona… de todo lo que tuviera que ver con la enseñanza de este maravilloso oficio al que se dedicó en cuerpo y alma. Todo ello mezclado con un sinfín de anécdotas que convertían sus clases en algo especial. En una visión panorámica del periodismo, como a él le gustaba que fueran las crónicas: panorámicas, que informaran no solo del qué, sino del porqué, de las causas, las consecuencias…

No le apartaron de la enseñanza ni las nuevas tecnologías, que abrazó con entusiasmo hasta convertirse en casi un obsesivo tuitero, ni la enfermedad. Si acaso esta última solo pudo limar alguna arista de un particular sentido del humor que irritaba al principio y se convertía después en uno de los pilares del respeto y la admiración con los que hoy le recuerdan profesores, alumnos, y todos cuantos tuvimos la suerte de conocerle y trabajar con él.

Su apariencia caótica y desordenada ocultaba una muy bien estructurada cabeza. Bastenier era todo memoria, como saben los alumnos, de quienes conocía nombre y trayectoria antes incluso de comenzar el curso. Tenía, además, una prodigiosa capacidad de análisis que aplicaba tanto al problema de Oriente Medio, uno de sus clásicos, como al desarrollo del Tour de Francia.

La vida, o el periodismo, que para él eran algo equivalente, la resumía en aforismos. Y así hizo de la enseñanza una perfecta combinación de largas conversaciones en profundidad con brillantes píldoras fugaces llenas de sabiduría. “Hay dos tipos de periodistas: el que escribe rápido, y el que no es periodista”. Siempre estuvo pegado a sus alumnos, a quienes advertía hace solo unos días: “Leer periódicos de joven es una educación y visión del mundo”.

Su nombre figuraba en el planillo de las próximas clases. Ya no podrá acudir, pero sus enseñanzas, de las que se valen hoy más de un millar de periodistas formados en la Escuela, han fraguado una cantera que ha llevado los valores del mejor periodismo a ambos lados del Atlántico. Han tenido al mejor maestro.

Belén Cebrián es directora de la Escuela de Periodismo UAM-El País.

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