Con la muerte del músico vallenato, Martín Elías, se generó una lluvia de titulares. La mayoría centrados en la tragedia del artista y el dolor de sus seres queridos. En la región era imposible estar al margen de la noticia, porque –incluso– aquellos que no son simpatizantes del género musical, terminaban inmersos en el drama. De todos los comentarios y opiniones por todos lados, sin embargo, llamaron la atención la de los buitres que aprovecharon los reflectores puestos sobre la tragedia humana y la usaron como trampolín estelar. La narcisista búsqueda de reconocimiento en un mundo fatuo, genera el mismo afán de aquellos conductores que aprovechan el paso de una ambulancia para irse detrás del sendero, la oportunidad para llegar más lejos y más rápido, por encima de los otros mortales estancados entre pitos y malos humores.
Así, detrás del cuerpo herido hasta la muerte del hijo de Diomedes Díaz, otros se pegaron.
No se tiene que tener mucho talento para ser reconocido en estos días. Basta con invertir el tiempo necesario en esperar la oportunidad para ser crítico –lo que sea que eso signifique– y atreverse a decir algo controvertido, lacerante, un comentario punzante, salido de tono, algo que rompa, que incomode, que choque, asumirse como original, caminar por el borde de la cornisa, ser intrépido con el lenguaje, saber acomodar 140 caracteres y luego sentarse a ver cómo aumentan los números de retuits, los me gusta, las respuesta, y cómo –si salió bien el tiro– se convierte en un meme, la pieza triunfal de las redes sociales.
Dicen que cuando Martín Elías se accidentó con sus compañeros de viaje, algunos insensatos se acercaron al carro a desvalijarlo. Mientras otros empezaban a afilar sus punzantes plumas para desvalijar al artista, de otra manera, intentando convertirse en sus más voraces críticos. Nunca antes, probablemente, dijeron una sola palabra del cantante, pero les basta la noticiosa muerte para pegarse allí y recopilar nuevos seguidores en las cuentas de Twitter, nuevos lectores, nuevos amores, nuevos odios, no importa. Los odios son una buena medida en el mundo de la fama y el reconocimiento.
El “si ladran es señal que cabalgamos”, pasó a ser “si amenazan es señal que triunfamos”. Cada vez resultan más conocidos personajes que se inmolan, se suben a la cruz y ellos mismos se clavan a ella, ellos mismos se ponen la corona de espinas, y crean la ‘Mise-en-scène’ apropiada para convertirse en crucificados, íconos reconocidos del atrevimiento. Desatar la controversia y luego resultar amenazado –tan fácil en un país que ha aprendido a manifestar las frustraciones con panfletos– es la fórmula fácil y narcisista que algunos encuentran para construirse como estrellas.
javierortizcass@yahoo.com
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