Víctima de la homofobia a los 4 años

icoy23034768 gays160930155029

icoy23034768 gays160930155029 / periodico

TERESA PÉREZ / BARCELONA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

El calvario comenzó cuando el pequeño tenía 4 años; ahora tiene 9. A Joan (el nombre es ficticio porque es lo que menos importa en esta historia), y al resto de compañeros de la clase, la maestra les pidió que pintaran caras y él garabateó la de una princesa. “En casa siempre hemos educado a los hijos en la igualdad y nos ha dado lo mismo si llevaban camiseta de niño o de niña o si jugaban con camiones o muñecas”, apunta María, la madre, para explicar la actitud de su hijo.

El dibujo desencadenó el conflicto homófobo. Los compañeros de clase no tardaron en comenzar a llamarle por su nombre pero en femenino, una burda e hiriente calificación que Joan digirió de mala manera. ”Se ofendía mucho porque se lo lanzaban como un insulto”, narra María. Este caso es una de las 56 denuncias que ha tramitado este año el Observatorio contra la Homofobia en Catalunya (OHC) Las reclamaciones por insultos homófobos en las aulas representan ya el 12% del total y han pasado de ocupar el puesto quinto, al tercero, en la memoria de agravios. Los datos se han difundido con motivo de la conmemoración este domingo de la aprobación de la ley antihomofobia hace dos años, periodo en el que se han acumulado 181 denuncias.  

Las descalificaciones que recibía Joan se extendieron como una mancha de aceite por el colegio. Primero empezaron los compañeros del aula y poco a poco se fueron sumando chavales de cursos superiores e, incluso, los más pequeños. Cinco años de padecimientos, mientras sus padres imploraban al colegio, que además es público, que tomara cartas en el asunto.

ESCONDIDO EN EL ARMARIO

A Joan le tiraban piedras, le insultaban, le dejaban notas ofensivas en el parabrisas del coche familiar y le molestaban por la calle. Los insultos arreciaban si no obedecía a los agresores. Un día dentro del colegio apareció una pintada con dos palabras: “Joana, maricón”, recuerda la madre con una mezcla de pena y rabia. La frase la leyó Joan, pero también el resto de la escuela.

El niño no quería ir a clase. “Se escondía en los armarios para impedir que lo lleváramos”, recuerda María. No tenía amigos, se aisló, y dejó de confiar en los profesores porque no le ayudaban. Un día durante una actividad extraescolar le escondieron los pantalones, no hubo manera de encontrarlos y Joan, avergonzado, tuvo que irse a casa sin más protección que los calzoncillos.

CASTIGAR A LA VÍCTIMA

Los padres se agotaron enviando correos electrónicos al colegio en los que denunciaban los hechos e, incluso, se ofrecieron a organizar una tertulia “pedagógica” sobre sexualidad. La respuesta fue: "Si su hijo se enfada cuando se meten con él, seguirán insultándole”, recuerda. “El colegio castigaba a mi hijo y no a los agresores porque les pegaba cuando se metían con él”, afirma María.

El sufrimiento de los padres aumentó todavía más cuando Joan les imploró que le cambiaran de colegio porque no aguantaba más. “Fue todo muy doloroso”, apunta la madre. Joan acabó en manos de un psicólogo que anunció a los padres: "Está agotado de luchar".

La historia tiene un final más o menos feliz. A Joan lo han cambiado de colegio y “empieza a tener amigos”, anuncia la madre. Y la denuncia ha llegado al Síndic de Greuges. Pero la historia podría haber tenido un final mucho más feliz si, como afirma Eugeni Rodríguez, presidente del Observatorio contra la Homofobia, “el colegio, para dar una lección, hubiera castigado a los agresores y no al agredido. Se tiene que acabar el cambiar a la víctima de escuela, se tienen que ir los acosadores”.