El torero Víctor Barrio, de 29 años, muere en la plaza de Teruel

La tragedia sobrecogió a la plaza, que apreció la gravedad de la cornada y confiaba en un milagro médico

Vertical

Fotografía de archivo de 2012 del torero Víctor Barrio

Manuel H De Leon / EFE

Víctor Barrio recibió al toro “Lorenzo”, de 529 kilos, a porta gayola, arrodillado sobre la arena, frente a la puerta donde debía salir el oponente. Buscaba el triunfo, los contratos y abrazar una profesión única. Y encontró la muerte, inmisericorde, minutos después, durante la faena de muleta, cuando el toro que le había dado una primera cornada en el muslo lo tenía sobre la arena, a merced del destino. “Lorenzo” lanzó un segundo derrote, muy seco, y el diestro quedó inerte. Todos en la plaza de Teruel hicimos ver que había esperanza pero todos sabíamos que fue levantado sin vida por sus compañeros.

La muerte en la plaza. Sin literatura. Víctor Barrio era el más joven de un cartel muy bueno para una ciudad pequeña en fiestas, Teruel. Tenía 29 años, era segoviano y llevaba cuatro años como matador de toros. Ir a la puerta de toriles a recibir al astado es muestra de arrojo y aviso de ambición. Allí fue, a ganarse contratos y agradar en Teruel, con media entrada. El toro, negro, bragado, de la ganadería aragonesa de Los Maños, salió con fiereza y Víctor Barrio se ganó el primer aplauso de la tarde con esa porta gayola y el último de su vida, corta e ilusionada.

Torero con planta, encarrilaba bien la tarde. Tras ese tercer toro de la tarde el público merienda. Buena gente, sin las exigencias de plazas capitales. Me fijé en el torero, pelo negro, nariz rotunda, traje carmesí y oro, cuando bebía agua en un vaso de acero, cosas antiguas que se mantienen en este mundo anacrónico y único. Estudiaba al toro mientras lo banderilleaban. En minutos, pocos, Victor Barrio tenía que descifrar, comprender y entenderse con el toro.

Molestaba algo el viento, que descubre al hombre. La primera tanda fue ambiciosa y ya en la segunda se había llevado a la res a los medios, terreno que siempre da ventaja al toro. En el segundo pase, Víctor Barrio retiró la muleta pronto y el viento terminó de descubrirle. El toro le lanzó un primer derrote en el muslo y Víctor Barrio quedó en el suelo donde, esta vez, el toro no le perdonó la vida y le lanzó una cornada seca. El pitón había penetrado, entero, en el costado derecho. Cuando los subalternos sacaron al animal y todos los matadores –que estampa de compañerismo- le alzaron a peso la muerta ya estaba allí. Todos supimos que era una cogida mortal, la plaza guardo silencio, un silencio que nos acompañará el resto de nuestras vidas.

Un grandioso Curro Díaz estoqueó a Lorenzo y aún tuvo esa fuerza de la que muchos se burlarán y otros vimos como un gesto de grandeza infinita para lidiar al cuarto. Fue entonces cuando la noticia corrió por el callejón, los tendidos y el mundo se nos vino abajo. La corrida fue suspendida, una espectadora arrojó un ramo de claveles rojos al ruedo y el público abandonaba los asientos con lágrimas contenidas. Uno de los más afectados era Ortega Cano, que había presenciado la corrida en el callejón. También Curro Díaz, que se tapaba la cara y rezaba antes de abandonar una plaza que entra en la historia negra de la tauromaquia. Desde las muertes de El Yiyo en Colmenar Viejo en 1985 y el valenciano Manolo Montoliu en Sevilla en 1992 no se había producido ninguna cornada mortal en una plaza de toros de España.

Descansa en paz, Víctor Barrio, torero.

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