Central Park, la savia de la Gran Manzana

trilogía de nueva york

Central Park, la savia de la Gran Manzana
Francesc Peirón Corresponsal en Nueva York

Al caballero y a su caballo los han tumbado en posición de reposo. La estatua del rey Vladislao II Jagellón cabalga desde 1945.

Se ha tomado un respiro en su continuo ir a ninguna parte.

Tras una noche lluviosa, esta jornada de verano amanece fresca. Al gran duque de Lituania y monarca de Polonia, y a su equino, la mayor escultura de Central Park, los han recostado, inseparables en bronce, como si, entre armaduras y arneses, quisieran regalarles un poco de la frescura de la tierra. Pero no, a la doble figura le toca reparación. Es lo que tiene pasarse años a la intemperie, del frío intenso al calor agobiante.

Sin embargo, esta es una mañana agradable, a una hora en la que todavía predomina la intimidad en “el mayor parque urbano en la tierra”, en definición de Jim Rosenberger.

Ya están por aquí los atletas y los paseadores de perros, los ciclistas y algunos insomnes, unos pocos curiosos y unos cuantos homeless que han dormido al techo de los árboles. Aún no se percibe el tránsito de los turistas ni el bullicio de los picnics o los partidos de béisbol. Aunque Nueva York sin Central Park sería una gran metrópolis, no sería lo mismo.

“Central Park es lo mejor de Nueva York, un alivio”, según Gay Talese. “Se puede ver gente de todo el mundo, pobres y ricos, blancos, negros, marrones, asiáticos, al poderoso y al vagabundo, los que lucen diamantes y los que exhiben lo que tienen, nada”.

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...