Centenares de refugiados sirios llegan a Catalunya por su cuenta

CRISIS MIGRATORIA

Todos huyen de la crueldad de Bashar el Asad o el Estado Islámico y buscan una vida mejor

Horizontal

“Hemos pagado a las mafias”. Parientes de Mowafak Kanfach, que posa con el documento que le dio Alemania en 1985, viajaron con traficantes de personas

Colab.LVE

Hay dos clases de refugiados sirios: los invisibles y los ausentes. Todos huyen de la crueldad de Bashar el Asad –capaz de masacrar con armas químicas a su pueblo– y del regreso a la edad media del Estado Islámico, que avergüenza a los verdaderos musulmanes al convertir su desquiciada interpretación del islam en un arma de destrucción masiva.

Los refugiados sirios invisibles son los que han llegado por su propia cuenta a España y Catalunya, lejos de los focos y la atención mediática, al margen de cupos y pactos comunitarios. Viven entre nosotros, en ciudades como Barcelona, donde ya son centenares, como admite la Cruz Roja, aunque no hay un censo oficial.

La prensa parece obsesionada por los otros sirios, los ausentes, los que han de llegar de los hacinados campos de refugiados de Grecia e Italia. El Gobierno español ha acordado con sus socios de la Unión Europea reubicar a 15.000 de estas personas. Entre 2.000 y 5.000, según la Generalitat, podrían acabar en Catalunya. ¿Cuándo vendrán? Nadie lo sabe.

La incertidumbre desespera a personas como Manuel Lecha, responsable de acción social de Sant Joan de Déu. Esta orden religiosa, que puso hace tres meses a disposición de los refugiados las magníficas instalaciones que tiene en el antiguo convento de las Salesas de Manresa, no se decide a invertir en la mejora de la calefacción y otras obras de acondicionamiento, con un coste mínimo de 100.000 euros, porque todavía no sabe si las dependencias serán finalmente utilizadas o no.

Pero en realidad los sirios ya están aquí. Y eso sí lo saben Xavier Bosch, director general de Immigració; Àngel Miret, el responsable del plan de acogida de la Generalitat; Ignasi Calbó, su homólogo del Ayuntamiento de Barcelona... Y todas las entidades humanitarias, de Sant Joan de Déu a la Cruz Roja, que inició en España su programa de atención a asilados hace más de 30 años. O personas como la abogada Rosario Ucar y su marido, Esteban Baigorri, ángeles de la guarda que han acogido en su segunda residencia de El Vendrell a una familia numerosa de Tafas, la cuna de la revuelta contra El Asad.

Y lo sabe también de buena tinta Mowafak Kanfach, propietario de La Casa del Libro Árabe, en el Raval, y fundador de la Asociación Siriocatalana por la Libertad y la Democracia. Este librero fue el convocante de las primeras manifestaciones y concentraciones que se celebraron en Barcelona contra la satrapía hereditaria de los Asad. Mowafak Kanfach, de 54 años, que hoy tiene la nacionalidad española, llegó a Europa en 1982 y vivió en Alemania en 1985 (aún conserva los documentos de aquella época) antes de instalarse en Catalunya. Algunas noches ha cobijado en el sótano de su local a compatriotas recién llegados “y que no sabían adónde ir”. Su propia familia –un hermano, la cuñada y dos sobrinas– han pagado “a los traficantes de seres humanos para poder viajar hasta Barcelona”, donde ya tienen la tarjeta blanca para certificar que han solicitado asilo.



Las mafias que se enriquecen con el drama utilizan ocho grandes rutas, según Frontex, la agencia que controla las fronteras europeas. De Libia a Malta e Italia, con un capítulo especial para quienes llegan desde Turquía y Egipto hasta las regiones de Apulia y Calabria. De Turquía a Grecia, el sur de Bulgaria o Chipre. De Albania a Grecia. Y de los Balcanes y del este de Europa a Alemania o Austria. Las otras dos vías de entrada son españolas: las islas Canarias, y la “ruta del Mediterráneo occidental”, como la UE se refiere a Ceuta y Melilla.

Los inmigrantes se juegan la vida y la visa, denuncian activistas de los derechos humanos como José Palazón, de la oenegé Prodein. “Llegar hasta Esmirna, el segundo gran puerto de Turquía, desde donde casi se pueden ver las islas griegas, puede costar entre 4.400 y 5.600 euros”, agrega Mowafak Kanfach. Algo menos cuesta ir de Libia a Malta. Por el contrario, la ruta que va de Estambul a Bulgaria y desde allí a Austria es la más cara, 7.000 euros o más. Este opositor sirio asegura que un menor puede pagar 1.250 euros y un adulto 3.000 para que funcionarios corruptos marroquíes les dejen vía libre. Esas fueron las cantidades que desembolsaron sus familiares.

Lo último que Joud, una de las sobrinas de Mowafak Kanfach, hizo antes de irse de su ciudad natal fue cantar en inglés con su voz de ángel. Tiene 12 años. Su hermana, Bushra, de 16 y una excelente guitarrista, grabó los 51 segundos de su canción, mientras la seguía por su casa, amplia, lujosamente decorada y amueblada. Era una canción de despedida. Adiós a las fotos familiares, en el vestíbulo. A la mesa del comedor, donde aún había unos platos. Al piano. Al balcón, soleado y con vistas a un barrio residencial...

La vivienda de una familia de clase media alta. Una casa maravillosa en una ciudad mártir, Homs. En menos de dos meses, entre el 3 de febrero y el 14 de abril del 2012, más de mil personas murieron en los bombardeos que tuvieron lugar aquí, en una de las peores masacres de la barbarie sin fin que desangra el país. Joud, su hermana y sus padres llegaron a Barcelona el pasado 13 de septiembre huyendo de todo eso. Lo hicieron, como muchos compatriotas, tras una azarosa –y costosa– odisea en la que todo tiene tarifas: los visados, los pasaportes, el cruce de fronteras.

“En el 2016 España se puede encontrar en su territorio con un mínimo de 18.000 solicitantes de asilo que llegarán por sus propios medios, además de los que acepte reubicar en el marco de los acuerdos europeos”, asegura Óscar Barbero, responsable del área de intervención social de la Cruz Roja. Sólo en lo que va de año esta organización ha atendido en Catalunya a más de 800 solicitantes de protección internacional, cuatro veces más que en el 2011. Muchos son sirios que entraron por la frontera sur de Ceuta y Melilla. “Aunque no hay datos oficiales, ya son centenares y cada vez habrá más”, afirma este portavoz.

La huida de la barbarie no se produce sólo en Oriente Medio. Siria protagoniza la peor crisis migratoria desde la Segunda Guerra Mundial, pero a Catalu­nya también han llegado emigrantes que huyen del hambre y refugiados que huyen de la guerra en Ucrania, Iraq, Irán, Afganistán, Eritrea, Congo, Somalia, Mali, Nigeria, Gambia, Sudán o Burkina Faso, entre otros países.

Sólo en Catalunya podría haber unos 400 sirios, la mayoría en Barcelona, según admiten con todas las reservas representantes de la Cruz Roja. Y es la punta del iceberg. También hay que tener en cuenta a quienes se han puesto en contacto con otras entidades, como la delegación catalana del Comité Español de Ayuda al Refugiado o la Asociación Comisión Católica Española de Migración, más conocidas por sus respectivos acrónimos, Cearc y Accem.

“Y hay muchos que no piden ayuda ni a unos ni a otros porque están de paso, a la espera de proseguir su viaje hasta Eldorado de Alemania, Austria o los países nórdicos, más apetecidos, y con menos paro”, como recuerda un alto cargo de la Generalitat. Esta fuente considera “más necesaria que nunca una gran campaña de sensibilización para la acogida de refugiados y que no se confunda a las víctimas con los verdugos, después de la matanza yihadista de París”. Las oenegés también creen que hay que luchar para que “la euforia solidaria de los primeros días no se desinfle”.

No existen dos historias iguales, pero todas son dramáticas. “Cada viaje es una pesadilla”, dice Mowafak Kanfach. Óscar Barbero lo corrobora: “Tenemos muy presentes –explica este representante de la Cruz Roja– las imágenes de los naufragios en el Mediterráneo o el Egeo, pero hay trayectos terrestres que también suponen un calvario”. Algunos sirios, sostiene, han recorrido 6.000 kilómetros en coche a través de Jordania, Egipto, Libia, Túnez, Argelia y Marruecos, última escala hacia la esperanza. Los más afortunados han volado desde Ammán, la capital jordana, a Barajas o El Prat. Otros han realizado vuelos transoceánicos y han llegado a Europa desde Colombia, Ecuador, Panamá o Bolivia.

Amnistía Internacional asegura que durante el 2014 cerca de 3.000 personas procedentes de Siria llegaron a España por las dos ciudades autónomas. En el centro de estancia temporal de Melilla, con capacidad para 480 plazas, había a primeros de año más de 1.900 ocupantes (400 menores de edad). La mayoría de los migrantes, unos 1.500, “huían del conflicto sirio”, según esta organización humanitaria, premio Nobel de la Paz en 1977. Otras entidades, como Prodein, reconocen que la afluencia va a más.

A pesar de su invisibilidad, los sirios ya superan a los subsaharianos. La agencia Frontex asegura que más de la mitad de los 10.454 inmigrantes que alcanzaron Europa entre enero y septiembre de este año a través del estrecho de Gibraltar eran sirios. Un total de 5.551 personas.

Los malpensados los ven como vagos que quieren vivir de la sopa boba en Europa o, peor, maleantes y potenciales terroristas. Algunas webs van cargadas de mensajes que mezclan ignorancia y bilis. Las fuentes de este reportaje, tanto las que aparecen citadas como las que no, dan otra imagen y explican otras historias. Como la de dos hermanos que naufragaron cuando trataban de llegar a Malta. Sólo uno de ellos se salvó. “Mi hermano –dijo en tierra firme– no sabía nadar y se aferraba a mí. El agua estaba muy fría. Supe que había muerto cuando dejó de castañetear”.

Estos vagos, maleantes y terroristas son personas como los padres de Joud y Bushra. Hay que estar muy desesperado para abandonar una casa como la suya, ponerse en manos de mafias y empezar de cero en una tierra extraña. Hoy viven en un pisito de Horta-Guinardó, cerca del hospital Vall d’Hebron. Las niñas, que ya se defienden en castellano y catalán, están escolarizadas. La mayor cursa segundo de bachillerato y la menor, sexto de primaria. Despuntan en inglés y en música. Sus padres, universitarios y dueños de una empresa de materiales de construcción, han renunciado a todo. A todo, menos a una vida mejor para ellas.

Los ‘dublineses’ que aterrizan en El Prat

Ni España ni Catalunya son un destino ideal para los refugiados. La última demostración se produjo el 9 de noviembre, cuando llegó a Barajas el primer contingente de demandantes de protección internacional. Eran tan sólo 12 personas de las 15.000 que las autoridades españolas han aceptado reubicar. Once eritreos y un sirio, procedentes de un campo de tránsito de Italia. Inicialmente tenían que haber sido 50. Más tarde se dijo que serían 19. Y finalmente fueron 12: ocho hombres y cuatro mujeres, que ya se encuentran en Madrid, Bilbao, Valladolid y La Rioja. El representante de una de las organizaciones de acogida pide el anonimato para explicar que “siete se amotinaron en el aeropuerto de Roma cuando supieron que volaban a España y exigieron regresar al campo”. Los trámites para lograr el asilo, más farragosos y lentos que en otros países, y sobre todo la tasa de paro disuade a muchos refugiados. La Generalitat y la Cruz Roja confirman que muchos sirios que inician en Catalunya los trámites para los programas de atención social y ayuda desaparecen en cuanto pueden irse a Francia o Alemania. Ahora lo tendrán más complicado, a raíz del blindaje de las fronteras por los atentados de París. Además, la Convención de Dublín obliga a que los refugiados se queden en el país donde han iniciado los trámites de asilo, salvo en casos excepcionales, como sucede en Italia y Grecia, desbordadas por la llegada de inmigrantes. Los acuerdos comunitarios implican que muchos sirios sean devueltos a España. La Cruz Roja recoge cada semana en El Prat a una media de entre uno y cinco refugiados, obligados a regresar desde Alemania o Austria. Son los dublineses.

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...