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Germanwings: la ética y la siquiatría
Mar, 31/03/2015 - 12:10

Yuriria Sierra

Latinoamérica contra el narco
Yuriria Sierra

Yuriria Sierra es conductora de Cadena Tres Noticias y de Imagen Informativa (México), así como columnista habitual de Excélsior.

A Alain Turing le confiaría, sin reparo alguno, mi computadora (y que hiciera con ella lo que le viniera en gana); es más, le rogaría que descifrara el código secreto con el que hoy se comunican las células del Estado Islámico. A Virgina Woolf, con los ojos cerrados, le daría las llaves de mi casa, de mi estudio y le confiaría toda mi cava y todos los libros de mi biblioteca. A John Nash le pediría -de rodillas- que me ayudara a entender por qué la corrupción en México ha alcanzado un indeseable equilibrio del que aparentemente nadie tiene incentivos a moverse. A Vincent Van Gogh le preguntaría qué necesita y correría yo a comprarle todos los materiales, lienzos, óleos, carboncillos que me requiriera para pintar cualquiera cosa que le apeteciera esa semana. Pero, seguro es, que a ninguno de ellos le pediría que cuidara -no a mis hijos (que no tengo)- a mi gato durante un fin de semana. Sabiendo lo que hoy sé (porque la vida ya me dio mis “probaditas”) ni loca me enamoraría de alguno de ellos. Y, por supuesto, jamás les pediría que pilotaran el avión (es más, probablemente ni siquiera el coche en el que viajo…)

Hay lugares comunes que no nos conviene mencionar porque son insensatos e insostenibles. Ni todos los genios están locos ni todos los locos son genios. De locos todos tenemos algo, y de geniales también. Materia hecha de hueso y carne, pero también de mente (con todos sus diamantes y sus a veces múltiples abismos enquistados). La importante cantidad de “trastornos de la personalidad” que hoy pueden diagnosticarse aparece cada vez más nutrida a la luz de la psiquiatría moderna. Por ejemplo, lo que antes se conocía tan sólo como personalidad “maniaco-depresiva” hoy se desglosa y se cataloga en, al menos, un cuarteto de “trastornos dramáticos emocionales erráticos” con distintas características, probables causas y distintos tratamientos (que si es bipolar es uno, borderline otro, histriónico o narcisista, sociópata o antisocial). También están los trastornos denominados como “raros o excéntricos” (paranoide, esquizoide o esquizotípico). Y los más comunes (todos estamos en contacto con al menos una persona que los padezca, o nosotros mismos padecerlos sin tener plena conciencia de ello), los llamado trastornos por “ansiedad” (evitación, dependencia u obsesivo-compulsivo).

Y todas las personas con alguno de estos diagnósticos pueden ser perfectamente funcionales en algunos (o incluso en todos) los aspectos de su vida. Sobre todo cuando acompañados del tratamiento médico y terapéutico correctos. No se trata de estigmatizar (porque muy probablemente todos, al final, estaríamos incapacitados para algo. Pero los terribles acontecimientos en los Alpes franceses y las conjeturas sobre la salud física y mental del copiloto Andreas Lubitz (como probable responsable de 150 muertes, incluida la suya), detonan un debate que se ha pospuesto en la comunidad científica, empresarial y política de casi todos los países: ¿con qué regularidad se deben realizar exámenes físicos y sicométricos a quienes desempeñan ciertas profesiones? ¿Deben hacerse excepciones en la confidencialidad médico-paciente cuando el primero tenga dudas razonables de que la (in)estabilidad del paciente pueda poner en riesgo su vida, o peor aún, la de terceras personas?

El último dato que ha salió a la luz habla de un tratamiento que Lubitz habría recibido años antes de que obtuviera su licencia para pilotar. El joven padeció tendencias suicidas, además de un Trastorno de Ansiedad Generalizada, para cuyo tratamiento le fue recetado un medicamento del tipo neuroléptico que le afectó la retina, limitando sus habilidades para estar al frente de la cabina de una aeronave. Tal vez Andreas Lubitz, de haber recibido la atención siquiátrica adecuada (y con un protocolo más estricto sobre el número de tripulantes que deban permanecer en una cabina, como sucederá de ahora en adelante) habría podido seguir volando el resto de su vida. Pero más aún: tal vez si el siquiatra de Lubitz (ése mismo que le dio una incapacidad médica que Lubitz desoyó -y ocultó-) hubiera comunicado a las autoridades de Lufthansa sobre la incapacidad temporal prescrita al copiloto de Germanwings, habría hoy, 150 personas vivas. Que continuarían con sus respectivas vidas cotidianas (tal vez excepcionales o profundamente aburridas, maravillosas o grises, dramáticas o totalmente anodinas), pero vivas. Tal vez, incluso, con sus respectivos trastornos o manías, mayores o menores, alojados en sus 150 cerebros. Pero vivas.

¿Lo ético es que un médico respete en cualquier circunstancia, la confidencialidad del padecimiento de su paciente, o lo ético sería que alertara a sus empleadores cuando presume que el padecimiento pueda tener consecuencias nefastas? Un debate que seguramente, empezará a nutrirse tras la tragedia de los Alpes. ¿O esperaremos a que un empleado de la central nuclear de Palo Verde -o hasta de Laguna Verde- oculte la receta o la incapacidad prescrita por su siquiatra?

Addendum: Ahora bien, cabría preguntarse si, más allá de los trastornos de personalidad, posiblemente existe una predisposición en algunos individuos a practicar la pura y mera maldad. Tal y como lo pregunta Marcelino Cerrejido en su extraordinario ensayo “Hacia una teoría general sobre los hijos de puta”: aquéllos que hacen el mal (como, por ejemplo, acabar con la vida de 149 personas), sin ningún tipo de compasión o de empatía hacia los demás. Y contra eso, lamentablemente, todavía no existe medicamento alguno...

*Esta columna fue publicada originalmente en Excelsior.com.mx.

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