Trabajaban de puertas para dentro. En sus casas, o en la de alguna vecina mientras aprendían el oficio. Lo de coser lo tenían claro. Era asignatura obligada para ellas durante los pocos años a los que asistían a la escuela. En años de pobreza y miseria tras la Guerra Civil, los estudios, la formación para un futuro laboral, era «cosa de hombres». Ellas bordaban en la escuela, hasta que el dinero impedía continuar su formación. Al fin y al cabo, su «destino» iba ligado a las labores domésticas y a la crianza de los hijos.

Sin embargo, hacer «chaquetas» era otra cosa. Porque si los pedidos no estaban perfectos, no se cobraba. Y ese dinero era más que necesario, al ser el principal sustento de muchas familias. Aunque «nadie» „ni sus propias protagonistas„ lo consideraran entonces «un trabajo». Era, simplemente, lo que tenían que hacer. O lo que se esperaba que ellas hicieran. «Hi havía qui dia que estàvem explotades, perquè pagaven com pagavem, però bueno, teniem faena», recuerda una de las protagonistas de esta historia.

Se trata de las «jaqueteres» de Benimaclet que han visto reconocido su trabajo, y la función económica y social que supuso éste, gracias a la investigación antropológica de dos sociólogas „Arantxa Alfaro e Isabel Gadea„ editada por la Diputació de Valencia en el libro «Descosint la invisibilitat: les jaqueteres de Benimaclet». Ellas les han dado voz. Y las «jaqueteres» han respondido encantadas, por una parte, y sorprendidas de que alguien le diera importancia a una labor que pasó desapercibida en su época y que ahora tiene su reconocimiento.

Estas mujeres mantenían la economía de sus familias a flote realizando un trabajo a domicilio, propio de una organización de economía sumergida que se organizaba de la siguiente manera: por una parte estaban las fábricas „situadas en el centro de la ciudad o en la periferia„ donde les daban la materia prima y les revisaban el trabajo entregado que las empresas exportarían; y por otra, estaba el barrio de Benimaclet, donde se improvisaban pequeños talleres de costura en los propios domicilios. En Benimaclet hacían chaquetas, como en Torrent cosían pantalones. Así lo recuerda una de las «informantes», como denomina el estudio antropológico a las «chaqueteras» de Benimaclet». «Ací en Benimaclet tot són jaqueteres. Anaves a tornar la faena i alli venien totes les pantaloneres, que eren de Torrent. Els pantalons els feen tots en Torrent i en Benimaclet i parte de Natzaret, eren jaqueteres». Prácticamente todo se cosía a mano «puntet a puntet... tots igualets», un sistema muy alejado de la fabricación mecanizada y en serie de las industrias.

El jornal por días enteros de costura se destinaba íntegramente a la familia. Ninguna chaquetera se guardaba los suyo para un futuro, un sistema impensable en el momento. Como en todo taller organizado, había rangos y tareas divididas. Las aprendices realizaban las labores más sencillas por dos pesetas. Luego, conforme iban aprendiendo, llegaba a oficiales o a maestras y ganaban un poco más «però molt poquet». Las fábricas „o «almacenes», como ellas las llamaban„ pagaban 22 euros por prenda realizada y el dinero se repartía entre las que habían participado en la confección. La maestra era, además, la dueña de la casa. Ella se encargaba de negociar el volumen de faena semanal con las fábricas y de establecer el ritmo de trabajo dentro del taller.

Ahora bien, la posibilidad de prosperar motivaba a las chaqueteras de Benimaclet que, cuando consideraban que ya estaban preparadas para constituir su propio taller así lo hacían, en su casa, para ganar más dinero al asumir más responsabilidades. Eso sí, para poder montar un taller propio se requerían tres condiciones básicas: tener el máximo conocimiento en el proceso de confección de chaquetas, tener una máquina de coser y contar con el espacio suficiente para poder llevar a cabo la actividad. Por eso, las mujeres cosían en el dormitorio, o en el comedor, o donde podían habilitar un espacio para ello. Había talleres de una o dos personas y había casas donde más de 12 mujeres compartían el mismo espacio.

El tranvía número 8

Ahora bien, si había un medio de transporte que las «jaqueteres» de Benimaclet conocían a la perfección ese era el tranvía número 8. Con él se desplazaban hasta las fábricas del centro de la ciudad a entregar la faena semanal y a recoger más encargos. La maestra asumía esta función, aunque solía ir acompañada por alguna de las chicas para poder transportar los «fardos» de ropa, que también tenían su aquel. Eso sí, más de una vez se quedaron en tierra al considerar el revisor que el tranvía iba demasiado lleno para transportar, además, a las mujeres cargadas como mulas. Ellas, con paciencia infinita, se subían al siguiente convoy.

Dedicaron su juventud a un oficio en el que trabajaban de sol a sol y fueron ellas mismas las que se lo fueron dejando gradualmente, al asumir el rol para el que las habían preparado: ser una buena ama de casa. Ser chaquetera no representaba para ellas ningún proyecto vital sino que, más bien, asumieron la faena como un destino «natural» e «inevitable» que dejaron a un lado conforme la situación económica se estabilizó, sus «hombres» encontraron un salario, tuvieron hijos y pasaron a cuidar de sus padres y abuelos.

A partir de la década de los 60 los oficios a domicilio fueron desapareciendo, pero cuando estas mujeres piensan hoy en tiempos pasados, en sus condiciones laborales o en la inexistencia de éstas, sonríen resignadas. Hace décadas que la mujer se incorporó al mercado laboral. Aunque fuera en la sombra y en la invisibilidad.