La derrota del Valencia anoche en Anoeta provoca una frustración parecida a la de una eliminación europea. Al equipo de Ernesto Valverde le quedan cinco jornadas para remontar cinco puntos de desventaja con la Real Sociedad, después de desaprovechar la oportunidad más preciada, un duelo directo, con las sensaciones más pesimistas. El Valencia, incapaz de dominar nuevamente un partido a su favor, sin la armonía de la que había hecho gala en las últimas jornadas, lastrado en defensa y sin el punto de concentración exigible para plantar cara a un rival huracanado como es esta Real. El conjunto donostiarra, todo fe y con las ideas claras, le desbordó a base de contragolpes y fue el justo vencedor.

La derrota deja al Valencia sin margen para el error y muy tocado, ya que de no participar en la Liga de Campeones sus expectativas económicas se verán muy menguadas, con el proyecto de club todavía por definir.

Acorde a las expectativas, el partido nació muy vivo. Con el Valencia queriendo ser más protagonista. Quizá obligado por el peso de su escudo, sobre todo porque su necesidad de puntos era mayor. La entrega de la pelota formaba parte del plan de la Real Sociedad, veloz al contragolpe. Sus jugadas, incluso las que se iniciaban en saque de banda, eran rápidas y con pocas posesiones. En el primer minuto ya enseñó los dientes. Carlos Vela recogió un desplazamiento en largo, buscó posición de disparo y la colocó con rosca al palo largo, ligeramente desviado. Ya en ese primer lance se vio por donde se podía romper el partido del lado local, ya que la defensa del Valencia estuvo poco coordinada en el repliegue y poco expeditiva en el corte.

Con el balón en los pies, el Valencia conservaba todo el peligro del que ha hecho gala en los últimos encuentros. Se echaba de menos algo de fluidez. Feghouli, sustituto de Canales, era la única nota disonante en la orquesta completada por Parejo, Banega y Jonas, que se entienden de memoria. El argelino, lejos de su mejor chispa física, queda reducido a voluntad. Banega lleva el balón imantado y pisa área con más frecuencia. En una falta provocada por el rosarino se mostró que el Valencia iba a explotar también las jugadas a balón parado. Mathieu, que no se ha prodigado en este arte a pesar de su buen golpeo, obligó a Bravo a lucirse con una palomita para repeler su zurdazo enroscado. Desde una posición idéntica lo intentó después un diestro como Parejo, que buscó en cambio el palo que cubría el meta chileno. Salió fuera por poco. La Real Sociedad respondió con dos latigazos de Chori Castro, separados por un minuto, antes de que el Valencia diera el primer golpe, con el gol de Soldado en el minuto 24. Un tanto en el que se constató el crecimiento de Cissokho, por segunda jornada seguida asistente. El francés desdobló a Jonas y centró al primer palo, en el que apareció Soldado para girar el cuello más de 90 grados y colocar el balón al palo contrario, imposible para Bravo. Se ha reencontrado Soldado con el gol, justo en el tramo decisivo.

En los siguientes minutos el partido desfiló cerca de la sentencia, con la Real aturdida. En el minuto 29 se produjo la jugada que pudo condicionar el resto del partido: Bravo evitó el gol de vaselina de Soldado desviando el balón con las dos manos más de un metro fuera del área. Era una tarjeta tan roja como el uniforme del meta local. Las justificadas quejas de un jugador propenso a las protestas como Soldado no hicieron su efecto en Fernández Borbalán.

Cuatro minutos después del grave error del colegiado empató la Real, con un saque de esquina abierto en el que Castro tuvo tiempo suficiente para armar el centro para que Íñigo Martínez, que había burlado la débil marca de Ricardo Costa para embocar a placer ante Alves. El golpe hizo mella en el Valencia, tembloroso en defensa y sin contacto con la pelota. La Real se erigió en dominadora en lo que quedaba de partido. Fue el equipo aguerrido y convincente, armado con canteranos, que ha hecho recordar a sus aficionados esta campaña los tiempos de Arconada, Zamora, López Ufarte o Górriz, salvando la distancia de los títulos y del embrujo ambiental de Atotxa. Un equipo con la personalidad que le faltó al Valencia en la segunda mitad. A lo sumo, sólo tuvo saques de esquina favor y un chut de Banega. Algunos de sus jugadores, caso de Cissokho, poco apoyado por Jonas, bordeaban la segunda amarilla. El segundo tanto local pudo venir con las claras manos, dentro del área, pero Fernández Borbalán compensó su error de la primera mitad con otro igual de grave.

Desastre final

El gol era inminente y sobrevino con una acción sangrante. Una falta a favor del Valencia convertida en contragolpe, con un pésimo cierre y una combinación preciosista, con taconazo incluido, entre Agirretxe y Chori Castro, que batió a Alves tras aguantarle la salida. El Valencia estaba con el agua al cuello y Valverde se la jugó con los cambios, dando entrada a Guardado, Valdez y Piatti.

Una apuesta desesperada que dejaba al Valencia expuesto a los contragolpes realistas. Agirretxe colocó de cabeza el tercer tanto. Con todo sentenciado, Jonas recogió un rechace de Bravo para recortar distancias e imaginar, solo eso, una remontada. Con el tiempo cumplido, Agirretxe completó su gran partido con un gol de vaselina, con Alves vendido. Las lágrimas de Jonas en la retirada a los vestuarios retratan como queda este Valencia, cerca del precipicio, pendiente de un milagro, de frente a un incierto futuro.