«Morella, mira-la bé i fuig d’ella», dice un refrán que alerta del frío de la capital dels Ports. Sin embargo, hubo un puñado de cátaros del siglo XIV, comandados por el perfecto Guillem Belibasta, que decidió hacer justo lo contrario: huir hacia Morella para refugiarse entre las escarpadas montañas de este santuario de la soledad.

Su objetivo era escapar de los inquisidores franceses que pretendían exterminar el nuevo brote de herejes surgido en Occitania después de la brutal cruzada del Papado y el Estado francés contra los cristianos herético del siglo XIII. La historia de aquellos cátaros resurgidos de las cenizas, que se asentaron en Morella, Catí, Sant Mateu, Càlig, Vinaròs, Cervera del Maestre, Polpis, Peñíscola, Borriana o Castelló, y que llegaron hasta Valencia, era desconocida hasta ahora. Pero ha sido rescatada por el periodista catalán Víctor Amela en la novela histórica titulada El cátaro imperfecto (Ediciones B).

Embelesado por las calles medievales de Morella, Amela —nacido en Barcelona pero con orígenes familiares en Morella y Forcall— no puede disimular su filiación entusiasta a la causa morellanista, una especie de secta civil de hechizados por Morella. Unos cátaros culturales del siglo XXI.

Dibuja a los cátaros de Morella como unos desarraigados en el «far west» valenciano del siglo XIV. ¿Quiénes eran en realidad?

Eran personas desesperadas que, por su fe, lo habían perdido todo —la casa, los familiares, su pueblo natal— y que decidieron alejarse de su tierra, Occitania. El lugar más alejado que encontró este grupo de cátaros encabezados por el «perfecto» Belibasta, a los que yo he seguido el rastro, fue Morella y sus montañas. Les pareció un buen lugar para refundar un mundo sin ser molestados ni perseguidos.

En sus declaraciones ante la Inquisición dijeron que era un lugar donde no había nada que temer.

Sí, consideraban a Morella un lugar seguro que sería, de alguna manera, como la nueva Jerusalén. Belibasta se consideraba el nuevo Jesucristo y sus seguidores, sus apóstoles, pensaban refundar un mundo nuevo en el que triunfaría el nuevo cristianismo en el que ellos creían. Así ayudarían a la gente a salvar el alma y alcanzar el sueño en el que ellos creían.

Y para conseguirlo se camuflaban como camaleones por aquella Morella medieval.

Sí. Tenían miedo de que descubrieran sus creencias y que les denunciaran por ello. Dentro de casa seguían sus ritos: las oraciones, las bendiciones de los alimentos, la extrema unción que ellos llamaban consolación. Sin embargo, de puertas afuera se comportaban como unos católicos más: iban a misa, comulgaban y hacían lo mismo que un morellano católico.

Luego contaron que la hostia para ellos era como un dulce…

Sí, en las declaraciones ante la Inquisición decían que era «un pastelito muy bueno» en el que no veían el cuerpo de Dios ni de nada sagrado. Simplemente, fingían. Era un teatro para evitarse problemas.

Como comprar carne, un alimento prohibido para los «perfectos» del catarismo, dos veces por semana a la vista de todos…

En efecto. El jueves y el domingo, días de mercado en Morella, el perfecto Belibasta iba a hacer la compra de una forma muy ostentosa y compraba carne. Era para que la gente creyera que no seguía ninguna dieta extraña, algo muy revelador de las creencias. Cuando Belibasta llegaba a casa, le daba la carne a su concubina Raimona para que la cocinara para los creyentes de base, pero él sólo comía pescado, como buen perfecto de los cátaros.

¿Por qué los cátaros han sido tan desconocidos en estas tierras?

Mira: en Francia sí que son muy conocidos porque forman una parte muy importante de la historia del sur de Francia. Pero en los territorios de la antigua Corona d’Aragó no se ha hablado mucho de ellos porque los cátaros aquí se parapetaron detrás del secreto y la discreción y apenas dejaron huella. Lo único que sabemos de ellos son los interrogatorios muy exhaustivos que les realizó la Inquisición. Gracias a estos testimonios escritos y conservados en el Archivo Secreto Vaticano, en los que yo he fundamentado toda la novela, podemos acceder a los detalles de cómo vivieron en la Morella de hace siete siglos.

Los verdugos y el entramado inquisitorial no se andaban con chiquitas…

¡Ni mucho menos! Cualquier actividad cátara la veían como una amenaza al poder de la Iglesia y al poder del rey de Francia, porque los cátaros no querían pagar impuestos ni a la Iglesia ni a la Corona. Vivían en una realidad paralela, y aquello era muy peligroso para el poder constituido. Por eso contrataban espías para que buscaran a los cátaros, se infiltraran entre ellos y los detuvieran. Luego los torturaban y los quemaban.

Como al Belibasta de Morella.

Sí. Él fue el último perfecto de los cátaros quemado en la hoguera de la Inquisición.

Fue un choque de integrismos, de dogmatismos radicales.

Así fue. El perfecto de los cátaros había de adoptar ante sus seguidores una postura muy rígida, muy recta, para tener credibilidad y mantener su autoridad. Y en algunos puntos, sus creencias eran un poco extremas. Por ejemplo, ellos consideraban que este mundo material estaba corrompido y caminaba hacia la destrucción. Lo consideraban infernal, por lo cual abogaban por la no reproducción, porque tener hijos sería condenar a las almas a estar jodidas en este infierno. ¡Si los cátaros hubieran tenido éxito, el mundo se habría terminado! Por eso yo digo que todas las ideas llevadas al extremo terminan en locura y tragedia. Porque estar dispuesto a dar tu vida por unas creencias es un poco exagerado.

De hecho, tampoco los cátaros eran unos santos…

¡No! Ellos mataron a sacerdotes y obispos católicos porque los veían como enemigos. Hubieran cometido la misma exterminación que los católicos si hubieran podido.

¿Por qué escogieron Morella y el Maestrat para ocultarse?

Primero, porque es un lugar apartado de Occitania y con una orografía montañosa de difícil acceso. Segundo, porque es territorio de la Corona d’Aragó y los cátaros veían con simpatía a los reyes de la Corona d’Aragó, ya que fue un rey de nuestra corona quien luchó contra los cruzados antialbigenses y podían hacer la vista gorda ante los cátaros. Y tercero, porque els Ports y el Maestrat son tierras que fueron dominadas por los templarios y la Orden de Montesa. Eso, como he leído en una de las declaraciones de estos cátaros, era una circunstancia favorable para ellos. Porque entre las órdenes constitucionales de los templarios figura la prohibición de matar cristianos, y los cátaros eran cristianos. Eso les hacía sentirse más protegidos. En Morella se sentían más seguros que en otras partes.

Morella: nueva Jerusalén con mesías incluido. Es lo que le faltaba a la que fue tercera ciudad del reino tras Valencia y Xàtiva.

Así es. Morella lo tiene todo. ¡Sólo le faltaba un Jesucristo, un mesías, y ya lo tenemos! Y me hace ilusión, porque los morellanos ya tienen un vecino nuevo del que empiezan a saber cosas. Antes teníamos el paso de Sant Vicent Ferrer y del Papa Luna, y ahora tenemos también a Guillem Belibasta como otro vecino ilustre de Morella.